/ miércoles 17 de agosto de 2022

Ni un segundo más

Desde hace varios años, la Universidad de Chicago, particularmente los Científicos Atómicos de esa institución, diseñaron, con base en distintas variables lo que llamaron el Reloj del Juicio Final o del Apocalipsis cuyo objetivo es analizar esas circunstancias para hacer un estimado de cuánto tiempo le queda de vida al planeta y, por consiguiente, a la humanidad. En un inicio, ese ejercicio científico sirvió para medir el riesgo de una posible guerra nuclear que pondría en jaque a todas las personas que habitamos en este mundo, sin embargo, con el fin de la guerra fría, es decir, con la baja amenaza de una catástrofe nuclear, se incluyeron otros aspectos que ponen en peligro al planeta. Entre esas nuevas amenazas se encuentra el cambio climático en la cúspide, lo que propició que en ese reloj que al llegar a las 12 marcaría el fin de la humanidad, se señalara al inicio de 2022 que le quedarían “100 segundos” de vida a nuestra existencia.

El cambio climático no es una broma, ni es una estrategia, ni es una teoría de la conspiración ideada por los líderes del mundo para condicionar a la humanidad para consumir de determinada forma, ojalá que así lo fuera. La realidad es que las señales de la naturaleza no pueden evadirse con los extremos de los que hemos sido testigos a últimas fechas.

Me refiero específicamente al tema de la sequía. Si bien en México siempre hemos tenido regiones más áridas, sobre todo en el norte del país, el color de la vegetación que solemos ver en los mapas cada vez se extiende más al sur y, peor aún, recrudece la sequía que se vive en estados del norte como pasa con Nuevo León. Además, está científicamente comprobado que cada año que pasa las sequías se prolongan por más tiempo, es decir, si bien se prevé que en algunas partes del mundo haya climas más secos en determinadas épocas del año, estas duran cada vez más con todas las complicaciones que traen para las actividades económicas y el propio desarrollo de la sociedad.

Por si esto fuera poco, en regiones como Reino Unido que se ha caracterizado por climas fríos y humedad con cantidades importantes de lluvia que hasta hacen atípico el calor, este año se registraron temperaturas altas como nunca se había visto, lo cual es una alarma más en esta catástrofe mundial que estamos viviendo.

Aunque pareciera contrastante, las inundaciones en otras partes del mundo como Corea del Sur y Japón, nos alertan también de los estragos que el cambio climático genera en fenómenos meteorológicos que antes eran moderados y hoy se vuelven en escenarios adversos para poblaciones enteras.

Si bien existen protocolos, reuniones, acuerdos, normas, políticas públicas y demás acciones provenientes de los gobiernos de los países, lo cierto es que el sistema global en que vivimos exige de cada ser humano la responsabilidad de consumir de manera prudente y de evitar conductas que dañan el medio ambiente.

En la comodidad de nuestra vida diaria no dimensionamos las consecuencias de hábitos que disminuyen segundos más a este reloj apocalíptico, por lo que no habrá decisión gubernamental que no frene esa caída al abismo si no nos responsabilizamos de nuestra forma de vida. La naturaleza no admite reclamos, ni recursos, ni pausas, sino que actúa de forma reactiva en términos de nuestro cuidado y empeño en conservarlo. La cruzada que tenemos que emprender como humanidad va más allá de evitar guerras o de acuerdos políticos, requiere de responsabilidad y de respeto a un planeta que se nos entrega sólo una vez y que, si acaso, tenemos la perspectiva de frenar, no retroceder, en el deterioro. Para ese llamado no quedan muchos segundos.


Desde hace varios años, la Universidad de Chicago, particularmente los Científicos Atómicos de esa institución, diseñaron, con base en distintas variables lo que llamaron el Reloj del Juicio Final o del Apocalipsis cuyo objetivo es analizar esas circunstancias para hacer un estimado de cuánto tiempo le queda de vida al planeta y, por consiguiente, a la humanidad. En un inicio, ese ejercicio científico sirvió para medir el riesgo de una posible guerra nuclear que pondría en jaque a todas las personas que habitamos en este mundo, sin embargo, con el fin de la guerra fría, es decir, con la baja amenaza de una catástrofe nuclear, se incluyeron otros aspectos que ponen en peligro al planeta. Entre esas nuevas amenazas se encuentra el cambio climático en la cúspide, lo que propició que en ese reloj que al llegar a las 12 marcaría el fin de la humanidad, se señalara al inicio de 2022 que le quedarían “100 segundos” de vida a nuestra existencia.

El cambio climático no es una broma, ni es una estrategia, ni es una teoría de la conspiración ideada por los líderes del mundo para condicionar a la humanidad para consumir de determinada forma, ojalá que así lo fuera. La realidad es que las señales de la naturaleza no pueden evadirse con los extremos de los que hemos sido testigos a últimas fechas.

Me refiero específicamente al tema de la sequía. Si bien en México siempre hemos tenido regiones más áridas, sobre todo en el norte del país, el color de la vegetación que solemos ver en los mapas cada vez se extiende más al sur y, peor aún, recrudece la sequía que se vive en estados del norte como pasa con Nuevo León. Además, está científicamente comprobado que cada año que pasa las sequías se prolongan por más tiempo, es decir, si bien se prevé que en algunas partes del mundo haya climas más secos en determinadas épocas del año, estas duran cada vez más con todas las complicaciones que traen para las actividades económicas y el propio desarrollo de la sociedad.

Por si esto fuera poco, en regiones como Reino Unido que se ha caracterizado por climas fríos y humedad con cantidades importantes de lluvia que hasta hacen atípico el calor, este año se registraron temperaturas altas como nunca se había visto, lo cual es una alarma más en esta catástrofe mundial que estamos viviendo.

Aunque pareciera contrastante, las inundaciones en otras partes del mundo como Corea del Sur y Japón, nos alertan también de los estragos que el cambio climático genera en fenómenos meteorológicos que antes eran moderados y hoy se vuelven en escenarios adversos para poblaciones enteras.

Si bien existen protocolos, reuniones, acuerdos, normas, políticas públicas y demás acciones provenientes de los gobiernos de los países, lo cierto es que el sistema global en que vivimos exige de cada ser humano la responsabilidad de consumir de manera prudente y de evitar conductas que dañan el medio ambiente.

En la comodidad de nuestra vida diaria no dimensionamos las consecuencias de hábitos que disminuyen segundos más a este reloj apocalíptico, por lo que no habrá decisión gubernamental que no frene esa caída al abismo si no nos responsabilizamos de nuestra forma de vida. La naturaleza no admite reclamos, ni recursos, ni pausas, sino que actúa de forma reactiva en términos de nuestro cuidado y empeño en conservarlo. La cruzada que tenemos que emprender como humanidad va más allá de evitar guerras o de acuerdos políticos, requiere de responsabilidad y de respeto a un planeta que se nos entrega sólo una vez y que, si acaso, tenemos la perspectiva de frenar, no retroceder, en el deterioro. Para ese llamado no quedan muchos segundos.