/ domingo 25 de octubre de 2020

Gran saqueo en Pachuca

Una tarde de Mayo de 1911, la ciudad se conmovió porque un líder minero, bien intencionado, el famoso Macario El Chato Mohedano, había azuzado a la gente para marchar hasta el centro de la ciudad, desde la zona de las minas por allá por San Lunes, para apoyar el movimiento revolucionario de Francisco I. Madero que ya había dado por resultado la toma de Tulancingo por el General revolucionario Gabriel Hernández.

Se escuchaba el rumor de la multitud que bajaba de las calles de Fernández Lizardi por La Surtidora hacia el centro. Un poco después que la gente enardecida empezaba a saquear comercios y algunos establecimientos.

Vio cómo los mineros y la población en general que se había ido incorporando a este tumulto se descontrolaba y ya no hacían caso del líder Mohedano que les pedía conservaran el orden. Ya no se podía hacer escuchar, el ruido y la gritería opacaba su voz porque por supuesto no traía ningún equipo ni organización para hacerse escuchar.

Así fueron gritando y vociferando los que marchaban hacia el centro y el asunto degeneró en un saqueo general de casas y edificios sobre todo de los del primer cuadro de la ciudad.

Se metieron en las casas y se robaban las vajillas, los muebles, comida, mantelería, ropa y otros bienes; no hubo. Afortunadamente actos de violencia contra los dueños, que impotentes sólo se limitaban a apretujarse en una esquina o en una habitación sin presentar resistencia alguna a este saqueo, que no comprendían ni se explicaban.

Para la noche, la manifestación ya no era sino una serie de actos vandálicos, Mohedano no sabía qué hacer, sólo se limitaba a contemplar diciendo:

-Esto no era lo que queríamos, lo nuestro era solamente una protesta, pero vean en qué terminó.

- Macario, le decían sus amigos, es que tú con tus discursos encendiste a la multitud-

- Sí pero mi asunto era la revolución, no les dije nunca que tomaran lo ajeno ni que lastimaran a nadie.

-Dicen que incendiaron la cárcel y el montepío. Dijo un amigo.

- Y sacaron a los presos.

Por la noche, algunos de los potentados se reunieron en casas y planearon el cuidado de la ciudad mientras llegaban los revolucionarios procedentes de Tulancingo, ya que el Gobernador Pedro L. Rodríguez había huido a la Ciudad de México y así organizaron grupos de gente armada a caballo, de entre ellos mismos, para patrullar la ciudad durante la noche de ese fatídico día, del 11 de Mayo de 1911.

Todo terminó al día siguiente en que llegaron las tropas del Gral. Gabriel Hernández. Éste emitió un decreto en que se castigaría con pena de muerte al que le encontraran enseres, ropa o muebles producto del saqueo.

Al día siguiente el Río de las Avenidas amaneció lleno de esos enseres y hasta un piano se encontró.

Después, Macario Mohedano fue fusilado al pie del Reloj de Pachuca que aún no cumplía ni un año de inaugurado.

Una tarde de Mayo de 1911, la ciudad se conmovió porque un líder minero, bien intencionado, el famoso Macario El Chato Mohedano, había azuzado a la gente para marchar hasta el centro de la ciudad, desde la zona de las minas por allá por San Lunes, para apoyar el movimiento revolucionario de Francisco I. Madero que ya había dado por resultado la toma de Tulancingo por el General revolucionario Gabriel Hernández.

Se escuchaba el rumor de la multitud que bajaba de las calles de Fernández Lizardi por La Surtidora hacia el centro. Un poco después que la gente enardecida empezaba a saquear comercios y algunos establecimientos.

Vio cómo los mineros y la población en general que se había ido incorporando a este tumulto se descontrolaba y ya no hacían caso del líder Mohedano que les pedía conservaran el orden. Ya no se podía hacer escuchar, el ruido y la gritería opacaba su voz porque por supuesto no traía ningún equipo ni organización para hacerse escuchar.

Así fueron gritando y vociferando los que marchaban hacia el centro y el asunto degeneró en un saqueo general de casas y edificios sobre todo de los del primer cuadro de la ciudad.

Se metieron en las casas y se robaban las vajillas, los muebles, comida, mantelería, ropa y otros bienes; no hubo. Afortunadamente actos de violencia contra los dueños, que impotentes sólo se limitaban a apretujarse en una esquina o en una habitación sin presentar resistencia alguna a este saqueo, que no comprendían ni se explicaban.

Para la noche, la manifestación ya no era sino una serie de actos vandálicos, Mohedano no sabía qué hacer, sólo se limitaba a contemplar diciendo:

-Esto no era lo que queríamos, lo nuestro era solamente una protesta, pero vean en qué terminó.

- Macario, le decían sus amigos, es que tú con tus discursos encendiste a la multitud-

- Sí pero mi asunto era la revolución, no les dije nunca que tomaran lo ajeno ni que lastimaran a nadie.

-Dicen que incendiaron la cárcel y el montepío. Dijo un amigo.

- Y sacaron a los presos.

Por la noche, algunos de los potentados se reunieron en casas y planearon el cuidado de la ciudad mientras llegaban los revolucionarios procedentes de Tulancingo, ya que el Gobernador Pedro L. Rodríguez había huido a la Ciudad de México y así organizaron grupos de gente armada a caballo, de entre ellos mismos, para patrullar la ciudad durante la noche de ese fatídico día, del 11 de Mayo de 1911.

Todo terminó al día siguiente en que llegaron las tropas del Gral. Gabriel Hernández. Éste emitió un decreto en que se castigaría con pena de muerte al que le encontraran enseres, ropa o muebles producto del saqueo.

Al día siguiente el Río de las Avenidas amaneció lleno de esos enseres y hasta un piano se encontró.

Después, Macario Mohedano fue fusilado al pie del Reloj de Pachuca que aún no cumplía ni un año de inaugurado.