/ lunes 27 de mayo de 2024

La calle es bendita: la vida de los semáforos en Tulancingo 

Artistas callejeros, vendedores, limpiacoches, todos atestiguan el andar de la vida tulancinguense desde las más congestionadas avenidas para llevar el sustento a casa

Cada vez es más común ver en las calles de Tulancingo a los llamados artistas urbanos, personas que dedican su vida a entretener a transeúntes y automovilistas a cambio de unas monedas. Su presencia es notable por las diferentes vialidades y en la gran mayoría de los semáforos de la ciudad, principalmente en los que se ubican sobre la carretera federal México-Tuxpan.

En el crucero Huapalcalco, ahí frente al paradero del Seguro, trabaja Edgar, de 28 años de edad. Originario de la Ciudad de México, platica que comenzó a desempeñarse como artista malabarista desde hace aproximadamente siete años. En Tulancingo lleva poco tiempo y aunque conoce otros oficios, como el de la mecánica, nada se compara con el estilo de vida y trabajo que ha encontrado en los semáforos, o en “el sema”, como él le llama.

“La calle es bendita, carnal. La calle te da de comer, te da para vestir, la calle te hace perder el miedo. Sí aguantas el calorón, las groserías, pero aquí en la calle me divierto y me trae cosas buenas. Hay mucha gente que te suelta la moneda, o te compra un chesco o te compran la comida. Para mí venir al semáforo es algo chido”, expresa con una sonrisa en su rostro.

Su show podría considerarse de alto riesgo: mientras escucha en sus audífonos alguna pieza de rap o tal vez de rock, a veces de metal, hábilmente lanza a los aires tres brillantes machetes. Con ingenio, logra varios trucos, aunque a veces falla y se corta. Aún así, para él es una filosofía “aprender y mejorar”, tan es así, que cuando un machete cae al suelo ya no pasa entre los autos para pedir la cooperación, pues no se siente merecedor.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, porque reconoce que hay gente que lo discrimina por su forma de vestir o hasta por su forma de trabajar. Confiesa que le han gritado cosas que le hieren, como “drogadicto”, palabra que le trae malos recuerdos porque es una persona que estuvo en proceso de rehabilitación. Pese a las provocaciones, asegura que nunca contesta las agresiones y prefiere usarlas como combustible para su espectáculo.

Ahí con él trabaja el señor Paco, tulancinguense con 28 años de trayectoria en el trabajo de semáforo. Asegura que con su tiempo de trayectoria, es quizás “el más antiguo de los semáforos aquí en Tulancingo”. Su labor consiste en limpiar autos cada que marca la luz roja, tiempo justo para darle su desempolvada a un vehículo.

“Llego diario a las nueve y me voy a las cinco, desde chavito estoy en esto, aunque antes me ponía en el Crucero de Acatlán. Es un trabajo cansado y arriesgado, pero hasta ahorita no he tenido accidentes”, cuenta.

Así como Edgar, señala que lo más difícil es lidiar con “la sociedad”, pues “te margina mucho. Hay mucha discriminación, hay gente que le falta el respeto a uno, pero hasta ahí”. Él expuso que en un día bueno, llega a generar hasta 400 pesos, sin embargo, la mejor época es la temporada decembrina, pues asegura que “la gente es más espléndida”.

En la avenida Tomás Alva Edison, casi frente a Jardines del Sur, trabaja Don Marcelino, quien a sus 84 años de edad ejerce todavía como vocero. Periódicos y a veces revistas es su oficio. Aunque en el pasado estaba plantado en el Crucero de Acatlán, por las obras del multidistribuidor vial se mudó a la intersección con el Bulevar Bicentenario.

Desde hace 14 años, su grito inconfundible de “¡El Sol!” es su principal herramienta para terminar los ejemplares que carga diariamente. "Ando de aquí para allá, no me canso y se me hace una actividad que no me desgasta mucho. Me gusta.”, expresó.

Pero también ha corrido riesgos. El año pasado, cuando le entrevistamos por el Día del Voceador, contó una anécdota de la que salió bien librado. En una ocasión, un auto negro le hizo señas para acercarse, él creyó que era para adquirir un diario. Ya ahí, se topó con tres individuos, dos mujeres y un hombre, que intentaron amedrentarlo, pues además de mostrarle un arma de fuego, metieron la mano en sus bolsillos del pantalón para despojarlo de su ingreso.

"Les dije que yo no tengo dinero. Ellos dijeron que los voceadores tenemos mucho, pero cuando metieron la mano en mi bolsa solo sacaron diez pesos. Aquí sacamos lo del día, para un refresco o para un café, es como los patos: a veces nadan y a veces no tienen agua ni para beber, así somos nosotros", afortunadamente, no pasó a mayores y es la única vez en que quisieron robarle.


Cada vez es más común ver en las calles de Tulancingo a los llamados artistas urbanos, personas que dedican su vida a entretener a transeúntes y automovilistas a cambio de unas monedas. Su presencia es notable por las diferentes vialidades y en la gran mayoría de los semáforos de la ciudad, principalmente en los que se ubican sobre la carretera federal México-Tuxpan.

En el crucero Huapalcalco, ahí frente al paradero del Seguro, trabaja Edgar, de 28 años de edad. Originario de la Ciudad de México, platica que comenzó a desempeñarse como artista malabarista desde hace aproximadamente siete años. En Tulancingo lleva poco tiempo y aunque conoce otros oficios, como el de la mecánica, nada se compara con el estilo de vida y trabajo que ha encontrado en los semáforos, o en “el sema”, como él le llama.

“La calle es bendita, carnal. La calle te da de comer, te da para vestir, la calle te hace perder el miedo. Sí aguantas el calorón, las groserías, pero aquí en la calle me divierto y me trae cosas buenas. Hay mucha gente que te suelta la moneda, o te compra un chesco o te compran la comida. Para mí venir al semáforo es algo chido”, expresa con una sonrisa en su rostro.

Su show podría considerarse de alto riesgo: mientras escucha en sus audífonos alguna pieza de rap o tal vez de rock, a veces de metal, hábilmente lanza a los aires tres brillantes machetes. Con ingenio, logra varios trucos, aunque a veces falla y se corta. Aún así, para él es una filosofía “aprender y mejorar”, tan es así, que cuando un machete cae al suelo ya no pasa entre los autos para pedir la cooperación, pues no se siente merecedor.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, porque reconoce que hay gente que lo discrimina por su forma de vestir o hasta por su forma de trabajar. Confiesa que le han gritado cosas que le hieren, como “drogadicto”, palabra que le trae malos recuerdos porque es una persona que estuvo en proceso de rehabilitación. Pese a las provocaciones, asegura que nunca contesta las agresiones y prefiere usarlas como combustible para su espectáculo.

Ahí con él trabaja el señor Paco, tulancinguense con 28 años de trayectoria en el trabajo de semáforo. Asegura que con su tiempo de trayectoria, es quizás “el más antiguo de los semáforos aquí en Tulancingo”. Su labor consiste en limpiar autos cada que marca la luz roja, tiempo justo para darle su desempolvada a un vehículo.

“Llego diario a las nueve y me voy a las cinco, desde chavito estoy en esto, aunque antes me ponía en el Crucero de Acatlán. Es un trabajo cansado y arriesgado, pero hasta ahorita no he tenido accidentes”, cuenta.

Así como Edgar, señala que lo más difícil es lidiar con “la sociedad”, pues “te margina mucho. Hay mucha discriminación, hay gente que le falta el respeto a uno, pero hasta ahí”. Él expuso que en un día bueno, llega a generar hasta 400 pesos, sin embargo, la mejor época es la temporada decembrina, pues asegura que “la gente es más espléndida”.

En la avenida Tomás Alva Edison, casi frente a Jardines del Sur, trabaja Don Marcelino, quien a sus 84 años de edad ejerce todavía como vocero. Periódicos y a veces revistas es su oficio. Aunque en el pasado estaba plantado en el Crucero de Acatlán, por las obras del multidistribuidor vial se mudó a la intersección con el Bulevar Bicentenario.

Desde hace 14 años, su grito inconfundible de “¡El Sol!” es su principal herramienta para terminar los ejemplares que carga diariamente. "Ando de aquí para allá, no me canso y se me hace una actividad que no me desgasta mucho. Me gusta.”, expresó.

Pero también ha corrido riesgos. El año pasado, cuando le entrevistamos por el Día del Voceador, contó una anécdota de la que salió bien librado. En una ocasión, un auto negro le hizo señas para acercarse, él creyó que era para adquirir un diario. Ya ahí, se topó con tres individuos, dos mujeres y un hombre, que intentaron amedrentarlo, pues además de mostrarle un arma de fuego, metieron la mano en sus bolsillos del pantalón para despojarlo de su ingreso.

"Les dije que yo no tengo dinero. Ellos dijeron que los voceadores tenemos mucho, pero cuando metieron la mano en mi bolsa solo sacaron diez pesos. Aquí sacamos lo del día, para un refresco o para un café, es como los patos: a veces nadan y a veces no tienen agua ni para beber, así somos nosotros", afortunadamente, no pasó a mayores y es la única vez en que quisieron robarle.


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