/ jueves 30 de noviembre de 2023

Una plática con Wicho, personaje viviente de Tulancingo 

Nacido en el “mercado municipal”, tal cual lo cuenta, lleva al menos 25 años trabajando como franelero en una de las principales calles del centro de nuestra ciudad

Un día antes nos acercamos a saludarlo, mientras terminaba su día de trabajo ya cerca de las nueve de la noche. Le dijimos, amablemente, que si nos concedía una entrevista para platicar sobre él y para que la gente supiera que sigue trabajando diariamente, ahí en la calle de Hidalgo, en pleno centro de Tulancingo. La cita la asignó a las diez de la mañana del día siguiente, horario en que puntualmente llegamos, sin embargo, no estaba aún ahí.

Luego de dar una vuelta casi resignados a no verlo, lo encontramos: se estaba echando un “coyotito” en una de las bancas al interior de una conocida plaza comercial sobre esta misma calle, frente a la librería “Dragones y Dinosaurios”. Cuando despertó, nos saludó y jovialmente dijo “Ahora sí, ¿qué necesitas?”

Ahí fue donde inició nuestra plática, constantemente interrumpida por gente que le saludaba al verlo pasar y por algunos autos que, aún sin la indumentaria que le caracteriza (su chaleco con antireflejante, su bote para monedas y una gorra), animosamente invitaba a estacionarse o apresuraba a circular para que peatones pudieran cruzar la calle. Originario de Tulancingo, “Wicho”, como todo mundo lo conoce, asegura que nació hace 52 años en el Mercado Municipal. En este recinto comercial también fue su primer trabajo, pues ayudaba a las señoras a cargar bolsas o a los mercaderes con carritos de insumos.

Tuvo la hospitalidad de presentarnos a su “cuate”, el señor Rodrigo, quien desde hace ocho años también trabaja como franelero en la calle Hidalgo. “Tomanos una foto, los dos trabajamos aquí”, sentenció Wicho con orgullo. Y es que aunque es claro que no recuerda algunos detalles sobre su vida personal y se limita a tocar algunos temas, pudo contarnos que mucha gente lo quiere y le manifiesta su cariño, aunque también se dio tiempo para denunciar a algunos locatarios que le pegan, insultan y discriminan dada su discapacidad: es un hombre con síndrome de Down.

Esta condición parece que poco a poco pasa factura, pues aunque sigue moviéndose hábilmente entre los automóviles en circulación, es notoria una molestia en sus piernas, tal vez consecuencia de estar parado todos los días desde las siete de la mañana o de cargar cosas pesadas, ya que los jueves se va a la Plaza tradicional para trabajar como diablero.

“Me gusta trabajar porque conozco gente. A mi me quiere mucho aquí la gente (...) la policía me conoce, luego pasa el (presidente municipal) Jorge Márquez, ya le dije que yo trabajo bien y que este es mi lugar, que no me vaya a quitar”, cuenta entre risas y con la inconfundible voz ronca que le caracteriza.

Sobre él también nos platicó don Rodrigo, pues convive con Wicho todos los días. Él sabe que nuestro entrevistado tiene 60 años y que la gente es muy generosa con él, principalmente en las fechas decembrinas: “Es buena gente, para qué decir que no. Él dice que tiene muchos sobrinos, la gente lo saluda, lo conocen bien. Yo le digo que no se lleve con la gente, porque luego se enojan, pero aquí nos cuidamos (...) aquí hay gente que se preocupa por él y lo llevan al doctor cuando se enferma”

Por desgracia, no se sabe mucho de su familia, pues aseguran que nunca lo visitan en su lugar de trabajo. Wicho además vive en la Central Camionera, donde pasa la noche y encarga su diablito con el velador de la terminal, para evitar que se lo roben. Cuando cae la oscuridad y termina su turno, toma un camión que lo deja ahí, donde duerme hasta “que sale el sol”.

Que si es licenciado, o que si es un luchador capaz de vencer al Hijo del Santo, son algunas de las cualidades con las que se describe Wicho, personaje viviente del color tulancinguense y a quien seguramente habrán encontrado en alguna ocasión, agitando fuertemente el brazo para agilizar el tráfico vehicular o extendiendo su bote, para que la gente le deposite “unos pesos”, como él dice.


Un día antes nos acercamos a saludarlo, mientras terminaba su día de trabajo ya cerca de las nueve de la noche. Le dijimos, amablemente, que si nos concedía una entrevista para platicar sobre él y para que la gente supiera que sigue trabajando diariamente, ahí en la calle de Hidalgo, en pleno centro de Tulancingo. La cita la asignó a las diez de la mañana del día siguiente, horario en que puntualmente llegamos, sin embargo, no estaba aún ahí.

Luego de dar una vuelta casi resignados a no verlo, lo encontramos: se estaba echando un “coyotito” en una de las bancas al interior de una conocida plaza comercial sobre esta misma calle, frente a la librería “Dragones y Dinosaurios”. Cuando despertó, nos saludó y jovialmente dijo “Ahora sí, ¿qué necesitas?”

Ahí fue donde inició nuestra plática, constantemente interrumpida por gente que le saludaba al verlo pasar y por algunos autos que, aún sin la indumentaria que le caracteriza (su chaleco con antireflejante, su bote para monedas y una gorra), animosamente invitaba a estacionarse o apresuraba a circular para que peatones pudieran cruzar la calle. Originario de Tulancingo, “Wicho”, como todo mundo lo conoce, asegura que nació hace 52 años en el Mercado Municipal. En este recinto comercial también fue su primer trabajo, pues ayudaba a las señoras a cargar bolsas o a los mercaderes con carritos de insumos.

Tuvo la hospitalidad de presentarnos a su “cuate”, el señor Rodrigo, quien desde hace ocho años también trabaja como franelero en la calle Hidalgo. “Tomanos una foto, los dos trabajamos aquí”, sentenció Wicho con orgullo. Y es que aunque es claro que no recuerda algunos detalles sobre su vida personal y se limita a tocar algunos temas, pudo contarnos que mucha gente lo quiere y le manifiesta su cariño, aunque también se dio tiempo para denunciar a algunos locatarios que le pegan, insultan y discriminan dada su discapacidad: es un hombre con síndrome de Down.

Esta condición parece que poco a poco pasa factura, pues aunque sigue moviéndose hábilmente entre los automóviles en circulación, es notoria una molestia en sus piernas, tal vez consecuencia de estar parado todos los días desde las siete de la mañana o de cargar cosas pesadas, ya que los jueves se va a la Plaza tradicional para trabajar como diablero.

“Me gusta trabajar porque conozco gente. A mi me quiere mucho aquí la gente (...) la policía me conoce, luego pasa el (presidente municipal) Jorge Márquez, ya le dije que yo trabajo bien y que este es mi lugar, que no me vaya a quitar”, cuenta entre risas y con la inconfundible voz ronca que le caracteriza.

Sobre él también nos platicó don Rodrigo, pues convive con Wicho todos los días. Él sabe que nuestro entrevistado tiene 60 años y que la gente es muy generosa con él, principalmente en las fechas decembrinas: “Es buena gente, para qué decir que no. Él dice que tiene muchos sobrinos, la gente lo saluda, lo conocen bien. Yo le digo que no se lleve con la gente, porque luego se enojan, pero aquí nos cuidamos (...) aquí hay gente que se preocupa por él y lo llevan al doctor cuando se enferma”

Por desgracia, no se sabe mucho de su familia, pues aseguran que nunca lo visitan en su lugar de trabajo. Wicho además vive en la Central Camionera, donde pasa la noche y encarga su diablito con el velador de la terminal, para evitar que se lo roben. Cuando cae la oscuridad y termina su turno, toma un camión que lo deja ahí, donde duerme hasta “que sale el sol”.

Que si es licenciado, o que si es un luchador capaz de vencer al Hijo del Santo, son algunas de las cualidades con las que se describe Wicho, personaje viviente del color tulancinguense y a quien seguramente habrán encontrado en alguna ocasión, agitando fuertemente el brazo para agilizar el tráfico vehicular o extendiendo su bote, para que la gente le deposite “unos pesos”, como él dice.


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