/ lunes 20 de marzo de 2023

Reciben equinoccio con ceremonia indígena en Acaxochitlán

La sede fue el centro ceremonial de Santa Ana Tzacuala, donde hay un par de montículos que datan de la época de Teotihuacán

Gran misticismo y arraigo a la cultura indígena que caracteriza al municipio de Acaxochitlán fue lo que se vivió para recibir al equinoccio en el centro ceremonial de la Zona Arqueológica de Tzacuala, espacio al aire libre donde se levantan dos montículos prehistóricos que según los guardianes del sitio, datan de la época de mayor apogeo del horizonte teotihuacano.

Aquí, en presencia de casi cien personas que venían desde municipios aledaños como Tulancingo, así como de las comunidades acaxochitecas cercanas, se llevó a cabo una ceremonia dedicada a los cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua. En comunión también con los cuatro puntos cardinales, se despidió al tiempo invernal para abrir paso a las bendiciones de primavera. Primero, la sacerdotisa o también llamada "mujer medicina", encendió el fuego con el que se pidió permiso a los elementales.

La "abuela", que de acuerdo con la tradición es la persona más sabia dentro de la localidad, purificó el espacio con el incienso e hizo lo mismo con cada uno de los participantes. "Con todo el sentir y respeto, es un momento importante y sagrado, momento de entregarse

para aprovechar la ceremonia para liberarnos y sentirnos bien", expresó. Fue aquí que todos alzaron las manos y se dirigieron a cada uno de los puntos cardinales para que a través de un examen de conciencia, se manifestarán los deseos y solicitudes de cada uno ante la llegada de la primavera.

Estas peticiones se concretaron cuando la sacerdotisa repartió una semilla de cacao para cada quien, que debía comerse con calma, pues cada mordisco simboliza la realización y purificación del alma y así "dejar atrás los malestares que dejó el invierno" y nuestro cuerpo adquiera las bondades primaverales. Se agradeció al fuego y al sol (este); al agua, por las lluvias y por su vitalidad (norte); al oeste, que presencia la caída de la oscuridad pero que ilumina el manto celestial con estrellas y constelaciones; y al sur, por brindarnos el viento y el oxígeno necesario para la vida.

En ese momento y mientras se escuchaban repique de tambores, sonidos de caracol y cantos ancestrales que entonaron los guerreros jaguar, mixteco, de la lluvia y la guerrera del sol y del fuego, los asistentes colocaron sus manos en el suelo. Lo anterior fue preámbulo para la colocación de ofrendas en el Tlamanalli (ofrenda que se coloca en el piso para celebrar la conexión del cielo y la tierra) a la cual se depositaron semillas y bebidas. Luego, fue momento para subir al montículo, donde nuevamente se colocaron ofrendas "calientes" tales como comida, mole, tamales y chocolate en cada uno de los puntos cardinales.

Al cierre de la ceremonia, que duró aproximadamente dos horas y media, comuneros regalaron tlacoyos, tostadas y carne asada servida en tortillas de maíz azul recién hechas para deleite de asistentes. Cabe mencionar que este sitio arqueológico aún no cuenta con reconocimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), toda vez que los últimos estudios que se hicieron en el sitio ocurrieron en 1996, cuando se construía la carretera México-Tuxpan. Aunque está casi completamente cubierto con maleza, el montículo dedicado al Sol (donde se hizo el ritual) presenta en la cima fragmentos de la roca original con la que se construyó hace siglos.

Gran misticismo y arraigo a la cultura indígena que caracteriza al municipio de Acaxochitlán fue lo que se vivió para recibir al equinoccio en el centro ceremonial de la Zona Arqueológica de Tzacuala, espacio al aire libre donde se levantan dos montículos prehistóricos que según los guardianes del sitio, datan de la época de mayor apogeo del horizonte teotihuacano.

Aquí, en presencia de casi cien personas que venían desde municipios aledaños como Tulancingo, así como de las comunidades acaxochitecas cercanas, se llevó a cabo una ceremonia dedicada a los cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua. En comunión también con los cuatro puntos cardinales, se despidió al tiempo invernal para abrir paso a las bendiciones de primavera. Primero, la sacerdotisa o también llamada "mujer medicina", encendió el fuego con el que se pidió permiso a los elementales.

La "abuela", que de acuerdo con la tradición es la persona más sabia dentro de la localidad, purificó el espacio con el incienso e hizo lo mismo con cada uno de los participantes. "Con todo el sentir y respeto, es un momento importante y sagrado, momento de entregarse

para aprovechar la ceremonia para liberarnos y sentirnos bien", expresó. Fue aquí que todos alzaron las manos y se dirigieron a cada uno de los puntos cardinales para que a través de un examen de conciencia, se manifestarán los deseos y solicitudes de cada uno ante la llegada de la primavera.

Estas peticiones se concretaron cuando la sacerdotisa repartió una semilla de cacao para cada quien, que debía comerse con calma, pues cada mordisco simboliza la realización y purificación del alma y así "dejar atrás los malestares que dejó el invierno" y nuestro cuerpo adquiera las bondades primaverales. Se agradeció al fuego y al sol (este); al agua, por las lluvias y por su vitalidad (norte); al oeste, que presencia la caída de la oscuridad pero que ilumina el manto celestial con estrellas y constelaciones; y al sur, por brindarnos el viento y el oxígeno necesario para la vida.

En ese momento y mientras se escuchaban repique de tambores, sonidos de caracol y cantos ancestrales que entonaron los guerreros jaguar, mixteco, de la lluvia y la guerrera del sol y del fuego, los asistentes colocaron sus manos en el suelo. Lo anterior fue preámbulo para la colocación de ofrendas en el Tlamanalli (ofrenda que se coloca en el piso para celebrar la conexión del cielo y la tierra) a la cual se depositaron semillas y bebidas. Luego, fue momento para subir al montículo, donde nuevamente se colocaron ofrendas "calientes" tales como comida, mole, tamales y chocolate en cada uno de los puntos cardinales.

Al cierre de la ceremonia, que duró aproximadamente dos horas y media, comuneros regalaron tlacoyos, tostadas y carne asada servida en tortillas de maíz azul recién hechas para deleite de asistentes. Cabe mencionar que este sitio arqueológico aún no cuenta con reconocimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), toda vez que los últimos estudios que se hicieron en el sitio ocurrieron en 1996, cuando se construía la carretera México-Tuxpan. Aunque está casi completamente cubierto con maleza, el montículo dedicado al Sol (donde se hizo el ritual) presenta en la cima fragmentos de la roca original con la que se construyó hace siglos.

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