/ miércoles 25 de octubre de 2023

Pepe y sus Marionetas, el acaxochiteco que hizo posible "Macario"

Una de las escenas de la clásica del cine de oro mexicano que más fueron alabadas por la crítica internacional fue aquella donde el protagonista representaba su vida con marionetas

Señalada por muchos especialistas y eruditos del celuloide como una de las escenas oníricas más profundas e interesantes del cine mexicano e incluso del séptimo arte a nivel internacional, la secuencia del sueño de Macario es una de las estampas en movimiento que más veces suelen mencionarse en los análisis y críticas fílmicas de este clásico hecho en 1960 y dirigido por Roberto Gavaldón, pues muestra a través de un recurso todavía no muy explorado en aquella época, cómo el subconsciente del protagonista expresa uno de sus más grandes miedos: quedarse sin comer.

Es en esta secuencia en donde el personaje interpretado por Ignacio López Tarso se ve a sí mismo controlando a varias marionetas de calacas golpeando y quitando comida a una familia de esqueletos de la clase acomodada, para luego ver, desde una celda, cómo la que aparenta ser su familia indígena, comienza a devorar todo lo que está en aquella mesa, mientras él sufre ya en los huesos por no poder comerse uno de los guajolotes que le despojaron a los ricos: “¡No se los acaben! ¡Déjenme uno si quiera déjenme uno a mi!”, grita Macario todavía entre sueños, despertando a su esposa e hijos y previo a abrir los ojos para darse cuenta de su triste y famélica realidad.

Aunque tan solo este metraje de casi tres minutos bastaría para explicar toda la carga ideológica y social que fortalece a este clásico del cine nacional, muy pocas personas saben que contrario a lo que se muestra en la película, no fue López Tarso quien realmente movía a esos títeres calavéricos, sino un hombre llamado Juventino nacido en Acaxochitlán y que años más tarde tomaría como nombre artístico “Pepe y sus marionetas”, conocido por colaborar con importantes referentes de la televisión y el cine mexicano.

Hijo de doña Vicenta Arroyo, nació en el hoy Pueblo Mágico de Acaxochitlán un 08 de febrero de 1923. Según cuenta el cronista vitalicio de este municipio, Arturo Castelán Zacatenco, su pasión por las marionetas nació desde que a este lugar llegó la carpa de la compañía “Rossete Aranda”, donde vio por vez primera cómo se podían contar historias a través de títeres e hilos.

“Cuando fabricó su primera marioneta quedó muy satisfecho y con ella ofrecía funciones a los demás niños del pueblo y les cobraba. Aunque obtuvo la carrera de contador privado, que nunca ejerció, inició su profesión de marionetista alrededor de 1953”, cuenta Castelán.

Y es que gracias a su ingenio y trayectoria, fue catalogado incluso como uno de los mejores titiriteros de México, dando vida a famosos personajes entre los que se encontraron el mago Lin Chu Chin, la stripper Bárbara Selva (ombliguista), el payasito Cepillín, Garritas, Casianito, Titina, la bailarina Laura, la criada malcriada María Victoria, la calavera Miss Camila, el borrachito, Doña Calaca, el pepenador, la vedette, el cilindrero y su changuito, Pepucho el hippy, Vallejito, el güero Ralf, por mencionar algunos. Sin embargo, fue en 1960 cuando Roberto Gavaldón lo eligió para hacer realidad la mencionada escena en “Macario”.

“Él mismo diseñaba, confeccionaba con tela y pasta, vestía y manejaba sus títeres. Creó más de 170 personajes. Fue tal su creatividad e ingenio que inventó y patentó una marioneta que fuma, escupe, orina y movía los senos. Su arte y su espontaneidad llegaron a compararse con los títeres italianos “Los Picolli” y las marionetas de Zalsburgo.

Fue un hombre que amaba lo que hacía, le encantaba hacer reír al público; él decía: ‘Su alegría es mi alegría’”

Fue así que Juventino Castelán Arroyo se consolidó como una figura de confianza para los más importantes shows televisivos en nuestro país, llegando incluso a compartir escena con Chabelo y hasta con Bozo, el famoso payaso. Su obra sigue viva en “Macario”, por ejemplo, estrenada hace 63 años en el Festival de Cannes y recordada además de por sus méritos artísticos, por ser la primera película mexicana en ser nominada a un Premio Oscar por Mejor Película en Lengua Extranjera. Curiosamente, el primer actor, Ignacio López Tarso, protagonizó un cortometraje que se filmó en Acaxochitlán antes de morir, lo que pudo ser su último trabajo para cine. “Macario” puede verse gratis en YouTube.


Señalada por muchos especialistas y eruditos del celuloide como una de las escenas oníricas más profundas e interesantes del cine mexicano e incluso del séptimo arte a nivel internacional, la secuencia del sueño de Macario es una de las estampas en movimiento que más veces suelen mencionarse en los análisis y críticas fílmicas de este clásico hecho en 1960 y dirigido por Roberto Gavaldón, pues muestra a través de un recurso todavía no muy explorado en aquella época, cómo el subconsciente del protagonista expresa uno de sus más grandes miedos: quedarse sin comer.

Es en esta secuencia en donde el personaje interpretado por Ignacio López Tarso se ve a sí mismo controlando a varias marionetas de calacas golpeando y quitando comida a una familia de esqueletos de la clase acomodada, para luego ver, desde una celda, cómo la que aparenta ser su familia indígena, comienza a devorar todo lo que está en aquella mesa, mientras él sufre ya en los huesos por no poder comerse uno de los guajolotes que le despojaron a los ricos: “¡No se los acaben! ¡Déjenme uno si quiera déjenme uno a mi!”, grita Macario todavía entre sueños, despertando a su esposa e hijos y previo a abrir los ojos para darse cuenta de su triste y famélica realidad.

Aunque tan solo este metraje de casi tres minutos bastaría para explicar toda la carga ideológica y social que fortalece a este clásico del cine nacional, muy pocas personas saben que contrario a lo que se muestra en la película, no fue López Tarso quien realmente movía a esos títeres calavéricos, sino un hombre llamado Juventino nacido en Acaxochitlán y que años más tarde tomaría como nombre artístico “Pepe y sus marionetas”, conocido por colaborar con importantes referentes de la televisión y el cine mexicano.

Hijo de doña Vicenta Arroyo, nació en el hoy Pueblo Mágico de Acaxochitlán un 08 de febrero de 1923. Según cuenta el cronista vitalicio de este municipio, Arturo Castelán Zacatenco, su pasión por las marionetas nació desde que a este lugar llegó la carpa de la compañía “Rossete Aranda”, donde vio por vez primera cómo se podían contar historias a través de títeres e hilos.

“Cuando fabricó su primera marioneta quedó muy satisfecho y con ella ofrecía funciones a los demás niños del pueblo y les cobraba. Aunque obtuvo la carrera de contador privado, que nunca ejerció, inició su profesión de marionetista alrededor de 1953”, cuenta Castelán.

Y es que gracias a su ingenio y trayectoria, fue catalogado incluso como uno de los mejores titiriteros de México, dando vida a famosos personajes entre los que se encontraron el mago Lin Chu Chin, la stripper Bárbara Selva (ombliguista), el payasito Cepillín, Garritas, Casianito, Titina, la bailarina Laura, la criada malcriada María Victoria, la calavera Miss Camila, el borrachito, Doña Calaca, el pepenador, la vedette, el cilindrero y su changuito, Pepucho el hippy, Vallejito, el güero Ralf, por mencionar algunos. Sin embargo, fue en 1960 cuando Roberto Gavaldón lo eligió para hacer realidad la mencionada escena en “Macario”.

“Él mismo diseñaba, confeccionaba con tela y pasta, vestía y manejaba sus títeres. Creó más de 170 personajes. Fue tal su creatividad e ingenio que inventó y patentó una marioneta que fuma, escupe, orina y movía los senos. Su arte y su espontaneidad llegaron a compararse con los títeres italianos “Los Picolli” y las marionetas de Zalsburgo.

Fue un hombre que amaba lo que hacía, le encantaba hacer reír al público; él decía: ‘Su alegría es mi alegría’”

Fue así que Juventino Castelán Arroyo se consolidó como una figura de confianza para los más importantes shows televisivos en nuestro país, llegando incluso a compartir escena con Chabelo y hasta con Bozo, el famoso payaso. Su obra sigue viva en “Macario”, por ejemplo, estrenada hace 63 años en el Festival de Cannes y recordada además de por sus méritos artísticos, por ser la primera película mexicana en ser nominada a un Premio Oscar por Mejor Película en Lengua Extranjera. Curiosamente, el primer actor, Ignacio López Tarso, protagonizó un cortometraje que se filmó en Acaxochitlán antes de morir, lo que pudo ser su último trabajo para cine. “Macario” puede verse gratis en YouTube.


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