Cristina Hernández, tenía cerca de 20 años cuando conoció al padre de sus hijos. Se auguraba a sí misma un futuro muy prometedor como enfermera, pero la vida le había deparado un destino diferente: su pareja y su madre la abandonaron cuando sus hijos eran muy pequeños, y entonces salió avante lo mismo cantando en el transporte público, que lavando y planchando ropa ajena.
Para Cristina el tiempo ha pasado tan rápido que perdió la precisión de las fechas por destinar cada día a trabajar para sacar a sus hijos adelante, pero recuerda que su vida cambió cuando mientras cursaba la carrera de Enfermería se embarazó de su primer hijo.
“Terminé mi carrera estando embarazada, y pues empecé a meter papeles en todas partes, en consultorios, clínicas, nadie me dio trabajo. Sin el apoyo de mi familia y mi esposo, un irresponsable, tuve que empezar a buscar formas de traer dinero a la casa, y entones el papá de mis hijos, se fue a los Estados Unidos, supuestamente para mandarnos dinero, pero desapareció”.
Ante la falta de empleo comercializó de donas en Ciudad Sahagún.
Sin embargo, no era suficiente para poder costear los gastos que generaban sus dos pequeños y salió a las calles con una plancha en mano a tocar puertas.
“Hubo una mujer a la que le hice el aseo de toda su casa y lave y planché su ropa, cuando terminé mi jornada, me invitó de comer, quedé satisfecha, pero cuando quise cobrarle me dijo que ya me había pagado con los alimentos”.
Ese día pasó a una tienda cercana a pedir fiado, una cuenta que, afirma, nunca terminó de pagar.
Asegura que su mayor logro es que sus hijos Luis Ángel y Juan Carlos Aguilar de 25 y 26 años, concluyeran con honores sus estudios, el primero como ingeniero Industrial y el segundo en Electrónica.