/ lunes 23 de octubre de 2023

Fernando, hijo tulancinguense del Heroico Colegio Militar

De casi 27 años de edad, luego de casi un lustro de haber egresado del plantel militar ahora ejerce como Teniente adscrito al Batallón de Fuerzas Especiales

Nacido en Tulancingo un 25 de diciembre de 1996, Fernando Sosa Robles siempre tuvo el sueño de formar parte de las filas del heroico Ejército Mexicano. Así lo cuenta él, pues aún recuerda con claridad cómo fue uno de esos niños que veían a los soldados pasar en sus camionetas y él, admirado, imaginaba que en algún momento estaría en ese lugar. Los primeros pasos que lo acercarían a este plantel ocurrieron al terminar la secundaria, cuando hizo las pruebas para ingresar a la Escuela de Formación de Sargentos, aunque no logró tener éxito.

Aún sin quitar el dedo del renglón, concluyó el bachillerato y, ahora sí, decidió atravesar el difícil trayecto para ingresar al Heroico Colegio Militar en la Ciudad de México, ubicado en Tlalpan. Aquí es donde se forman a los mandos del Ejército, hecho por el cual así como relata, hay que tener fortaleza y mentalidad para entender que “todo es adiestramiento”.

“Quería servir a la patria. Pertenecer al Ejército no es solo el cambio de la vida civil a la militar, mi pasión era tan grande que no consideré las consecuencias. Es una vida de sacrificios, de no ver a la familia, ellos de hecho no querían que me fuera pero hoy están muy orgullosos”, cuenta con clara emoción en sus palabras.

Fue a los 18 años que Fernando entró al Colegio y todavía recuerda cómo fue su primera noche. Cuenta que le entregaron su uniforme y entonces se dio cuenta que todas las insignias no estaban cosidas, por lo que sin saber y “a como Dios le dio a entender”, se pasó toda la noche cosiéndole dichos escudos a la que se volvería su principal vestimenta por los siguientes cuatro años: “muchos pensarían que qué mala onda que me la pasé toda la noche sin dormir por estar tratando de coser las insignias. Pero es el amor a tu uniforme desde ese momento, desde ahí se genera una identidad”

De cinco de la mañana a nueve de la noche todos los días, por cuatro años, Sosa aprendió el correcto uso y funcionamiento de las armas de infantería, disciplina que eligió para su especialización. Por supuesto que a lo largo de tal estancia, no todo siempre será color de rosa pero desde su perspectiva y sin hablar por la corporación a la cual pertenece, él asegura que ahí se enseña una disciplina que forja mentes fuertes.

“Se dicen muchas cosas de los castigos, pero no son castigos, son correctivos. Debemos aprender a que toda omisión lleva a una consecuencia, no somos perfectos y a todos nos pasa (...) la cosa aquí es que sales a los 22 años, muchos podrían decir que a esa edad sigues siendo un niño y pues nosotros igual, somos niños pero físicamente, porque mentalmente requerimos la destreza y responsabilidad para estar a cargo de 20, 30 compañeros. De ti depende la vida de ellos.”

Su primera misión fue en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde a él le tocó casi recién egresado, a comandar a un pelotón de 32 soldados: “afortunadamente llegamos sin novedad y al concluir todo seguía sin novedad. Yo creo que mis decisiones fueron las correctas”, cuenta con alivio.

En este sentido, él es consciente de los sentimientos contradictorios que una vida militar puede traer en consecuencia no solo a él, también a su familia. Él sabe que en caso de querer casarse un día (porque ahora es soltero) y tener hijos, será indispensable encontrar en su pareja a una persona comprensiva de este modo de vivir, ya que frecuentemente son movidos de lugar, pues su prioridad es y será siempre “servir a la población”.

Por el momento, su meta es alcanzar los 30 años de servicio (le faltan 26), llegar al máximo grado posible y después poder retirarse, para dedicarse a su familia. “De Tulancingo han salido grandes militares, ha habido hasta generales. Me falta todavía mucho, está el asta muy alta”, bromea. Para cerrar, le pedimos a Fernando que dirigiera un mensaje para todos las juventudes que deseen formar parte de entrar a las filas del Ejército Mexicano:

“Quiero decirle a los jóvenes que tienen las ganas que lo intenten, esta profesión da muchas satisfacciones y experiencias que jamás me habría imaginado. Es como decimos aquí: hay muchos que quieren y no pueden, y hay muchos que pueden y no quieren. Hay que intentarlo, que se desmientan por sí mismos y si no les gusta pues entonces se puedan ir por la puerta grande. No es algo fácil, pero en qué momento de la vida alguien lo tiene fácil”


Nacido en Tulancingo un 25 de diciembre de 1996, Fernando Sosa Robles siempre tuvo el sueño de formar parte de las filas del heroico Ejército Mexicano. Así lo cuenta él, pues aún recuerda con claridad cómo fue uno de esos niños que veían a los soldados pasar en sus camionetas y él, admirado, imaginaba que en algún momento estaría en ese lugar. Los primeros pasos que lo acercarían a este plantel ocurrieron al terminar la secundaria, cuando hizo las pruebas para ingresar a la Escuela de Formación de Sargentos, aunque no logró tener éxito.

Aún sin quitar el dedo del renglón, concluyó el bachillerato y, ahora sí, decidió atravesar el difícil trayecto para ingresar al Heroico Colegio Militar en la Ciudad de México, ubicado en Tlalpan. Aquí es donde se forman a los mandos del Ejército, hecho por el cual así como relata, hay que tener fortaleza y mentalidad para entender que “todo es adiestramiento”.

“Quería servir a la patria. Pertenecer al Ejército no es solo el cambio de la vida civil a la militar, mi pasión era tan grande que no consideré las consecuencias. Es una vida de sacrificios, de no ver a la familia, ellos de hecho no querían que me fuera pero hoy están muy orgullosos”, cuenta con clara emoción en sus palabras.

Fue a los 18 años que Fernando entró al Colegio y todavía recuerda cómo fue su primera noche. Cuenta que le entregaron su uniforme y entonces se dio cuenta que todas las insignias no estaban cosidas, por lo que sin saber y “a como Dios le dio a entender”, se pasó toda la noche cosiéndole dichos escudos a la que se volvería su principal vestimenta por los siguientes cuatro años: “muchos pensarían que qué mala onda que me la pasé toda la noche sin dormir por estar tratando de coser las insignias. Pero es el amor a tu uniforme desde ese momento, desde ahí se genera una identidad”

De cinco de la mañana a nueve de la noche todos los días, por cuatro años, Sosa aprendió el correcto uso y funcionamiento de las armas de infantería, disciplina que eligió para su especialización. Por supuesto que a lo largo de tal estancia, no todo siempre será color de rosa pero desde su perspectiva y sin hablar por la corporación a la cual pertenece, él asegura que ahí se enseña una disciplina que forja mentes fuertes.

“Se dicen muchas cosas de los castigos, pero no son castigos, son correctivos. Debemos aprender a que toda omisión lleva a una consecuencia, no somos perfectos y a todos nos pasa (...) la cosa aquí es que sales a los 22 años, muchos podrían decir que a esa edad sigues siendo un niño y pues nosotros igual, somos niños pero físicamente, porque mentalmente requerimos la destreza y responsabilidad para estar a cargo de 20, 30 compañeros. De ti depende la vida de ellos.”

Su primera misión fue en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde a él le tocó casi recién egresado, a comandar a un pelotón de 32 soldados: “afortunadamente llegamos sin novedad y al concluir todo seguía sin novedad. Yo creo que mis decisiones fueron las correctas”, cuenta con alivio.

En este sentido, él es consciente de los sentimientos contradictorios que una vida militar puede traer en consecuencia no solo a él, también a su familia. Él sabe que en caso de querer casarse un día (porque ahora es soltero) y tener hijos, será indispensable encontrar en su pareja a una persona comprensiva de este modo de vivir, ya que frecuentemente son movidos de lugar, pues su prioridad es y será siempre “servir a la población”.

Por el momento, su meta es alcanzar los 30 años de servicio (le faltan 26), llegar al máximo grado posible y después poder retirarse, para dedicarse a su familia. “De Tulancingo han salido grandes militares, ha habido hasta generales. Me falta todavía mucho, está el asta muy alta”, bromea. Para cerrar, le pedimos a Fernando que dirigiera un mensaje para todos las juventudes que deseen formar parte de entrar a las filas del Ejército Mexicano:

“Quiero decirle a los jóvenes que tienen las ganas que lo intenten, esta profesión da muchas satisfacciones y experiencias que jamás me habría imaginado. Es como decimos aquí: hay muchos que quieren y no pueden, y hay muchos que pueden y no quieren. Hay que intentarlo, que se desmientan por sí mismos y si no les gusta pues entonces se puedan ir por la puerta grande. No es algo fácil, pero en qué momento de la vida alguien lo tiene fácil”


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