/ lunes 7 de octubre de 2024

Tulancingo: Roban cadenas a tumba de don Pánfilo García

Según la leyenda, las cadenas evitaban que el cuerpo del hacendado saliera de su lugar de eterno descanso 

Ya no hay más cadenas ni epitafio en la tumba donde según la creencia, reposó el cuerpo de Pánfilo García, adinerado habitante de Tulancingo que vivió a principios del siglo XVIII y que de acuerdo con múltiples leyendas de esta ciudad, era un fiero hacendado que ganó fama y fortuna gracias a supuestos tratos con el mismísimo Satanás.

Es en el Panteón de San Miguel, cementerio público municipal ubicado en los caminos que llevan a Cuautepec de Hinojosa, donde se encuentra la supuesta tumba de este controversial personaje. Entre los senderos rodeados de lápidas, capillas, criptas o tumbas de tierra, se vislumbra una con particular característica: no tiene más tumbas a su alrededor y su portada son dos puertas de metal.

Oxidadas y con daños que seguramente son consecuencia del tiempo, aquí ya no se aprecian las pesadas cadenas que habitantes de Tulancingo le colocaron para evitar que “se escapara”, según lo dicta la leyenda. De acuerdo con esta historia, luego de que Pánfilo fue enterrado tras su muerte a causa de una terrible e incurable enfermedad, cuidadores del panteón notaron que el cuerpo amanecía siempre fuera de la tumba, lo que ellos interpretaron como que “ni la tierra lo quería”, se narra en las crónicas municipales.

Hoy en día, la tumba está parcialmente abierta y en total abandono. Muchos transeúntes que visitan el panteón seguramente ni se imaginan que han caminado cerca de la tumba de don Pánfilo, acaudalado hombre que tuvo entre sus posesiones patrimoniales la también tenebrosa Hacienda Exquitlán, edificio que guarda entre sus viejos muros un cúmulo de leyendas que por años se esparcieron entre los lugareños, saldo de la reputación de su fundador así como de lo naturalmente siniestro de su arquitectura gótica.

De gran poder e inmensa fortuna, desde siempre se pensó que don Pánfilo tenía un pacto con el llamado "Compadre", vocativo que se usa en esta y en otras regiones para referirse al diablo. Fiel a su personalidad, este hombre jamás se interesó por desmentir dichos señalamientos, pues argumentaba que "si quisiera desmentir todo lo que se dice de mí, no tendría tiempo para trabajar".

Sin embargo, lo que poco se sabe es que su compadre sí era verdadero: don Pánfilo mantenía este grado con nadie más y nadie menos que con Porfirio Díaz, dictador de nuestro país por varias décadas.

Cuentan que don Pánfilo García era malo y cruel con sus trabajadores, un auténtico latifundista porfiriano que trataba a sus peones como esclavos. Su única hija era su favorita, pero cometió el error de enamorarse de un peón, a lo que cayó de la gracia de su padre. Como castigo, García encerró a su hija mientras que al pretendiente lo torturó para después despedazarlo y arrojar sus restos a los puercos de su hacienda.

Múltiples versiones de la leyenda de don Pánfilo en Tulancingo

Otras versiones de la leyenda narran que muchos hombres murieron al intentar cortejar a su hija, pues como Pánfilo solo los veía como invasores queriendo usurpar su fortuna, eran víctimas del sangriento método que los convertía en comida para cerdos.

Al darse cuenta del acto de crueldad de su padre, la joven se suicidó. Producto de la tristeza por la muerte de su hija, quizás también como una manifestación kármica, Pánfilo contrajo un mal que le orilló a contratar a múltiples doctores de muchas partes del país, aunque se dice que si no le suministraban un remedio que le favoreciera, el hacendado los asesinaba, desmembraba y arrojaba los restos a sus famosos puercos.

Pasó el tiempo y la enfermedad terminó por quitarle la vida, lenta y dolorosamente. El día de su entierro, casi todo el pueblo se reunió en la Iglesia para acompañar sus exequias, aunque aquí ocurrió otro suceso misterioso que bien pudiera catalogarse como una versión alternativa de esta leyenda.

En el momento de salir de la Iglesia cayó una tormenta que suspendió el cortejo por varias horas. Cuando por fin lograron llegar al cementerio, la caja empezó a rechinar con mucha fuerza, regando el miedo entre los asistentes. Al momento en que el ataúd bajaba a la tierra para siempre, el cuerpo de García era inmediatamente expulsado del féretro hacia la superficie.

Después de varios intentos para enterrarlo, sin tener éxito aún, acordaron entre todo el pueblo que los peones que le fueron más fieles lo llevarían a las montañas más lejanas que pudieran, junto con todo su oro, joyas y dinero.

De esta forma, cargaron sus tesoros en varios burros y a Don Pánfilo García lo llevaron en una carreta. Como si de la vampiresca novela escrita por Bram Stoker se tratara, la maldad de Pánfilo cimbró la tierra a tal grado que en el trayecto, los senderos se abrían y los burros empezaron a caer al vacío, mientras fuertes crujidos y ruidos salían del féretro.

Sin saberlo y ciegos a la lealtad que aún tenían para su amo, los peones fueron presas de una maldición, pues al darse cuenta que el sepulcro así como la fortuna estaban en el radar de mucha gente, acordaron permanecer junto al cuerpo de García. Así estuvieron muchos años hasta que murieron, cuando sus respectivos rostros de terror quedaron inmortalizados al convertirse sus cuerpos en piedra, como auténticas gárgolas góticas, corriente que tanto le gustaba a Pánfilo.

La vox populi señala que este sitio es una de las laderas del cerro del Yolo, ubicado al oriente de Tulancingo. Después de su muerte, a los 92 años de edad, los mitos en torno a este personaje crecieron. Hay quienes aseguran que las almas de los supuestos desmembrados aparecen por los jardines de su Hacienda, también llamada Pomar; hay otros que han buscado su tesoro, pues según se cree, don Pánfilo enterró en su casa varios montones de monedas de oro. Hasta la fecha, nadie los ha encontrado.

Incluso se piensa que actualmente, don Pánfilo se mueve errante por los terrenos aledaños a su hacienda: hay tulancinguenses que aseguran que le han visto montado en un caballo por las noches. Primero oirás sus fuertes pisadas y casquillos, después, verás al hacendado ante ti, vestido de Charro Negro.

Ya no hay más cadenas ni epitafio en la tumba donde según la creencia, reposó el cuerpo de Pánfilo García, adinerado habitante de Tulancingo que vivió a principios del siglo XVIII y que de acuerdo con múltiples leyendas de esta ciudad, era un fiero hacendado que ganó fama y fortuna gracias a supuestos tratos con el mismísimo Satanás.

Es en el Panteón de San Miguel, cementerio público municipal ubicado en los caminos que llevan a Cuautepec de Hinojosa, donde se encuentra la supuesta tumba de este controversial personaje. Entre los senderos rodeados de lápidas, capillas, criptas o tumbas de tierra, se vislumbra una con particular característica: no tiene más tumbas a su alrededor y su portada son dos puertas de metal.

Oxidadas y con daños que seguramente son consecuencia del tiempo, aquí ya no se aprecian las pesadas cadenas que habitantes de Tulancingo le colocaron para evitar que “se escapara”, según lo dicta la leyenda. De acuerdo con esta historia, luego de que Pánfilo fue enterrado tras su muerte a causa de una terrible e incurable enfermedad, cuidadores del panteón notaron que el cuerpo amanecía siempre fuera de la tumba, lo que ellos interpretaron como que “ni la tierra lo quería”, se narra en las crónicas municipales.

Hoy en día, la tumba está parcialmente abierta y en total abandono. Muchos transeúntes que visitan el panteón seguramente ni se imaginan que han caminado cerca de la tumba de don Pánfilo, acaudalado hombre que tuvo entre sus posesiones patrimoniales la también tenebrosa Hacienda Exquitlán, edificio que guarda entre sus viejos muros un cúmulo de leyendas que por años se esparcieron entre los lugareños, saldo de la reputación de su fundador así como de lo naturalmente siniestro de su arquitectura gótica.

De gran poder e inmensa fortuna, desde siempre se pensó que don Pánfilo tenía un pacto con el llamado "Compadre", vocativo que se usa en esta y en otras regiones para referirse al diablo. Fiel a su personalidad, este hombre jamás se interesó por desmentir dichos señalamientos, pues argumentaba que "si quisiera desmentir todo lo que se dice de mí, no tendría tiempo para trabajar".

Sin embargo, lo que poco se sabe es que su compadre sí era verdadero: don Pánfilo mantenía este grado con nadie más y nadie menos que con Porfirio Díaz, dictador de nuestro país por varias décadas.

Cuentan que don Pánfilo García era malo y cruel con sus trabajadores, un auténtico latifundista porfiriano que trataba a sus peones como esclavos. Su única hija era su favorita, pero cometió el error de enamorarse de un peón, a lo que cayó de la gracia de su padre. Como castigo, García encerró a su hija mientras que al pretendiente lo torturó para después despedazarlo y arrojar sus restos a los puercos de su hacienda.

Múltiples versiones de la leyenda de don Pánfilo en Tulancingo

Otras versiones de la leyenda narran que muchos hombres murieron al intentar cortejar a su hija, pues como Pánfilo solo los veía como invasores queriendo usurpar su fortuna, eran víctimas del sangriento método que los convertía en comida para cerdos.

Al darse cuenta del acto de crueldad de su padre, la joven se suicidó. Producto de la tristeza por la muerte de su hija, quizás también como una manifestación kármica, Pánfilo contrajo un mal que le orilló a contratar a múltiples doctores de muchas partes del país, aunque se dice que si no le suministraban un remedio que le favoreciera, el hacendado los asesinaba, desmembraba y arrojaba los restos a sus famosos puercos.

Pasó el tiempo y la enfermedad terminó por quitarle la vida, lenta y dolorosamente. El día de su entierro, casi todo el pueblo se reunió en la Iglesia para acompañar sus exequias, aunque aquí ocurrió otro suceso misterioso que bien pudiera catalogarse como una versión alternativa de esta leyenda.

En el momento de salir de la Iglesia cayó una tormenta que suspendió el cortejo por varias horas. Cuando por fin lograron llegar al cementerio, la caja empezó a rechinar con mucha fuerza, regando el miedo entre los asistentes. Al momento en que el ataúd bajaba a la tierra para siempre, el cuerpo de García era inmediatamente expulsado del féretro hacia la superficie.

Después de varios intentos para enterrarlo, sin tener éxito aún, acordaron entre todo el pueblo que los peones que le fueron más fieles lo llevarían a las montañas más lejanas que pudieran, junto con todo su oro, joyas y dinero.

De esta forma, cargaron sus tesoros en varios burros y a Don Pánfilo García lo llevaron en una carreta. Como si de la vampiresca novela escrita por Bram Stoker se tratara, la maldad de Pánfilo cimbró la tierra a tal grado que en el trayecto, los senderos se abrían y los burros empezaron a caer al vacío, mientras fuertes crujidos y ruidos salían del féretro.

Sin saberlo y ciegos a la lealtad que aún tenían para su amo, los peones fueron presas de una maldición, pues al darse cuenta que el sepulcro así como la fortuna estaban en el radar de mucha gente, acordaron permanecer junto al cuerpo de García. Así estuvieron muchos años hasta que murieron, cuando sus respectivos rostros de terror quedaron inmortalizados al convertirse sus cuerpos en piedra, como auténticas gárgolas góticas, corriente que tanto le gustaba a Pánfilo.

La vox populi señala que este sitio es una de las laderas del cerro del Yolo, ubicado al oriente de Tulancingo. Después de su muerte, a los 92 años de edad, los mitos en torno a este personaje crecieron. Hay quienes aseguran que las almas de los supuestos desmembrados aparecen por los jardines de su Hacienda, también llamada Pomar; hay otros que han buscado su tesoro, pues según se cree, don Pánfilo enterró en su casa varios montones de monedas de oro. Hasta la fecha, nadie los ha encontrado.

Incluso se piensa que actualmente, don Pánfilo se mueve errante por los terrenos aledaños a su hacienda: hay tulancinguenses que aseguran que le han visto montado en un caballo por las noches. Primero oirás sus fuertes pisadas y casquillos, después, verás al hacendado ante ti, vestido de Charro Negro.

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