Es nuestra voz, nuestras memorias, nuestras piernas caminando la historia de las calles en que nacimos, de los libros que leímos y de las plazas donde protestamos contra los regímenes de los malos gobiernos. Su presencia en los foros y ferias narrativas son la oportunidad de escucharla y rendir el honor que una cronista, ensayista, periodista y escritora como ella merece. Defensora de los Derechos Humanos, izquierdista, amiga de los que no tienen la presencia que merecen y mexicana de hueso colorado, Elena Poniatowska es una luchadora social y cultural que nuestro país necesita y disfruta. Sus obras nos han entretenido, educado e informado. En otras palabras, sus pasiones y corajes nos representan y nos cambian, día a día, la vida.
Nacida en París, Francia, el 19 de mayo de 1932, Elena Poniatowska Amor se ha dedicado a proyectar sus novelas y textos periodísticos en libros como La Noche de Tlatelolco (Ediciones Era, 1971), Las Siete Cabritas, De Noche Vienes, Hasta no Verte Jesús Mío y La Flor de Lis. También es autora de Lilus Kikus, novela cuyo nombre hace honor a la personaje principal; una niña inquieta y curiosa por la vida que ha maravillado a millares de lectores de generación en generación.
Entre sus reconocimientos destacan el Premio Alfaguara de Novela (2001) y el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (2007). Por medio de Ediciones Era se ha podido concretar esta amena y amable entrevista.
Después de tantos años, ¿vive aún la pequeña Lilus Kikus en Elena Poniatowska?
—¡Claro que sí! Dicen que la vida es un círculo. Soy una mujer de 86 años y dicen que a la edad, ya cuando te vas a morir, regresas a tu infancia, a tus primeros años. Esa niña, Lilus Kikus, sigue operando moscas.
Los muchachos del 68 y los 43 Ayotzinapa, ¿siguen caminando entre nosotros?
—Yo creo que tienen una presencia enorme.
¿Cuál es su personaje más entrañable?
—Bueno, todos mis personajes lo han sido en el momento. Ahorita estoy escribiendo sobre una nueva personaje para mi nueva novela. Por el momento, es la más entrañable.
¿Qué legado nos deja?
—Eso lo tienen que decir los críticos o los lectores. No puede un propio autor hablar de su legado porque no lo conoce. Sería muy presuntuoso.
¿Qué rumbo tomará el ámbito cultural en el nuevo gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador?
—Creo que él (AMLO) es un hombre muy culto. Le gusta muchísimo la historia, es un historiador. Escribe y también lo hace su mujer, Beatriz Gutiérrez Müller. Los dos están interesados en temas históricos y yo creo que uno de sus intereses primordiales sería en que todos los mexicanos conozcamos bien nuestra historia y a nuestros héroes, aquellos que nos han dado la libertad. También sobre las manifestaciones culturales que acostumbramos, que en nuestro país son enormes y muy ricas. Nuestras costumbres indígenas, los bailes, el folklor, todo eso es de una fuerza extraordinaria, se va a seguir cultivando y se va a empujar cada vez más.
El efecto de la mujer lectora sigue predominando en México. Ellas leen más que los hombres.
—Bueno, lo que pasa es que eran primero las mujeres quienes compraban los libros de texto cada año para sus hijos. Además del libro de texto gratuito, en muchas escuelas, en las particulares sobre todo, había una lista de libros que las madres de familia tenían que comprar. Ellas eran las que iban a las librerías. Son las mujeres las que comenzaron a leer otro tipo de obras como la sociología, historia y novelas. Comenzaron luego a procurar conferencias y a levantar la mano para hacer preguntas.
¿Qué le diría a la Elena Poniatowska de hace 30 años?
—Le diría que no se hubiera dedicado a hacer tanto periodismo y que se dedicara más a escribir sus propios libros. Aun así creo que el periodismo es muy gratificante y me ha hecho aprender mucho sobre mi país.
¿Qué significa ser mexicano?
—Soy mexicana por parte de madre, se llamaba Paula Amor. Mi apellido materno es mexicano. Luego venimos aquí, cuando yo tenía 10 años, procedentes de Francia. Creo que todo lo que soy se lo debo a mi país, a México. Tengo un gran reconocimiento por esta nación.
¿Cambiaría algo de su pasado?
—Me hubiera gustado tener más hijos. También ser mejor hija, mejor madre y desde luego escribir mejores libros.
¿Qué les dices a los que desean saltar al vació y pasar de ser lectores a escritores?
—Creo que es un impulso personal querer escribir. Si tienen esa inclinación, que escriban. Si sienten que lo tienen que hacer forzado que no lo hagan. Hay muchos otros oficios sobre la Tierra y muchos que son muy valiosos. <<Zapatero a sus zapatos>>, cada quien a su oficio y a su vocación.
¿Qué hace en sus ratos libres?
—En general yo leo y procuro ver a mis 10 nietos lo más posible. No los veo mucho porque no viven en la Ciudad de México. Unos están en Mérida, otros están en Puebla, pero procuro estar lo más posible con ellos.
¿Qué está leyendo en estos días?
—Ahora leo libros justamente para la nueva novela que voy a escribir. También estoy leyendo a escritores franceses; El Espíritu de las Leyes de Montesquieu, y también a Jean-Jacques Rousseau, a los enciclopedistas. Toda nuestra libertad y nuestras leyes dependen y descienden de ellos.
¿Qué autores se quedarán en nuestra memoria como futuras leyendas?
—Desde luego está Juan Rulfo, está Carlos Monsiváis, un gran analista político, un ensayista maravilloso. Hay muchísimos escritores más. Está Octavio Paz, nuestro Premio Nobel, está Juan Villoro, Elena Garro, Rosario Castellanos, Paco Ignacio Taibo II y Nellie Campobello, autora de Las Manos de Mamá. Es una pleya muy grande de escritores.
Su mayor virtud.
—Yo no sé hablar de eso. Lo único que puedo decir es que soy muy confiable. Si a mí me encargan algo soy muy responsable y pueden estar seguros todos de qué, a menos que me maten, lo voy a hacer. Acepto mi responsabilidad y la cumplo. Siempre lo hago.
Su mayor defecto.
—Ser muy creída. Creer que toda la gente es muy noble y que tiene buenas intenciones. Ser, en ese sentido, muy cándido, es ser estúpido.
Su palabra favorita.
—Amor. Es mi apellido también. Así se apellidaba mi mamá.