/ domingo 11 de octubre de 2020

Un acontecimiento inusitado

Don Epigmenio había salido a pasear por las calles de Pachuca con su nieto de 9 años. A Don Epi le gustaba mucho caminar platicando con el muchacho que era muy avispado, de gran cabeza y muy inquieto, ávido de saber todo, por eso preguntaba a cada momento y el abuelo se sentía muy satisfecho de poder informar al chamaco de todo lo que sabía. Don Epigmenio había sido maestro de escuela, ahora estaba ya retirado pero tenía la memoria intacta, aparte de que era un hombre de mucha lectura, y hasta hacía algunos bellos poemas en esas tardes de ocio que bañaba el sol anaranjado de esta bella ciudad purificada por el viento vespertino.

Era el Pachuca de principios del siglo XX. La Compañía Minera que operaba en Real del Monte y Pachuca era la propietaria de la mayoría de las minas de la comarca y habían tenido la gran suerte de encontrar riquísimas vetas de plata tanto en el Real como en Pachuca. Esto había producido una bonanza que desde la mitad del siglo anterior había llenado las cuentas de sus propietarios y había generado una actividad económica. En estas condiciones transcurría la vida urbana de la capital del estado de Hidalgo. Don Epigmenio y su nieto Juventino iban muy quitados de la pena cuando de repente empezó a escucharse un ruido como de maquinaria, en la ahora calle de Matamoros y también se escuchaba una gritería. Algo estaba pasando, algo que seguramente llamaba la atención de los paisanos. Eran las 12 del mediodía del 31 de octubre del año 1901 cuando los señores Mendel y Pedro Méndez entraban al centro de Pachuca con un aparato verdaderamente desconocido para los habitantes de la ciudad: un automóvil.

¿Qué es eso abuelo? a poco es un automóvil, de esos que salen en las revistas y los periódicos; ¡qué barbaridad abuelo, corre! vamos a verlo. El profesor retirado aceleró la marcha para encontrarse de frente con el tan llamativo vehículo. Este no aminoró la marcha, pasó junto a ellos y terminó aparcándose en el jardín de la independencia, enfrente del teatro Bartolomé de Medina. A pocos minutos de haber apagado el motor, más de cien personas rodeaban admirados el coche. Había venido de la Ciudad de México y había pasado por Tizayuca y por Villa de Tezontepec, a través del camino de México a Pachuca. Los propietarios del automóvil limpiaban el parabrisas y sacando unos bidones de metal, le llenaban el tanque con gasolina, para el viaje de regreso.

Don Epigmenio y Juventino llagaron esa tarde a comer a su casa. Comieron platicando del suceso y el Profe Epi, como lo llamaban cariñosamente exalumnos y vecinos le explicó a Juventino cómo era que funcionaba un motor de combustión interna, que con su propio impulso esa mañana de 1901 había sido el primero en arribar y dejarse ver por esta ciudad minera que a poco tiempo entraría también en el torbellino de progreso del naciente siglo XX.

Don Epigmenio había salido a pasear por las calles de Pachuca con su nieto de 9 años. A Don Epi le gustaba mucho caminar platicando con el muchacho que era muy avispado, de gran cabeza y muy inquieto, ávido de saber todo, por eso preguntaba a cada momento y el abuelo se sentía muy satisfecho de poder informar al chamaco de todo lo que sabía. Don Epigmenio había sido maestro de escuela, ahora estaba ya retirado pero tenía la memoria intacta, aparte de que era un hombre de mucha lectura, y hasta hacía algunos bellos poemas en esas tardes de ocio que bañaba el sol anaranjado de esta bella ciudad purificada por el viento vespertino.

Era el Pachuca de principios del siglo XX. La Compañía Minera que operaba en Real del Monte y Pachuca era la propietaria de la mayoría de las minas de la comarca y habían tenido la gran suerte de encontrar riquísimas vetas de plata tanto en el Real como en Pachuca. Esto había producido una bonanza que desde la mitad del siglo anterior había llenado las cuentas de sus propietarios y había generado una actividad económica. En estas condiciones transcurría la vida urbana de la capital del estado de Hidalgo. Don Epigmenio y su nieto Juventino iban muy quitados de la pena cuando de repente empezó a escucharse un ruido como de maquinaria, en la ahora calle de Matamoros y también se escuchaba una gritería. Algo estaba pasando, algo que seguramente llamaba la atención de los paisanos. Eran las 12 del mediodía del 31 de octubre del año 1901 cuando los señores Mendel y Pedro Méndez entraban al centro de Pachuca con un aparato verdaderamente desconocido para los habitantes de la ciudad: un automóvil.

¿Qué es eso abuelo? a poco es un automóvil, de esos que salen en las revistas y los periódicos; ¡qué barbaridad abuelo, corre! vamos a verlo. El profesor retirado aceleró la marcha para encontrarse de frente con el tan llamativo vehículo. Este no aminoró la marcha, pasó junto a ellos y terminó aparcándose en el jardín de la independencia, enfrente del teatro Bartolomé de Medina. A pocos minutos de haber apagado el motor, más de cien personas rodeaban admirados el coche. Había venido de la Ciudad de México y había pasado por Tizayuca y por Villa de Tezontepec, a través del camino de México a Pachuca. Los propietarios del automóvil limpiaban el parabrisas y sacando unos bidones de metal, le llenaban el tanque con gasolina, para el viaje de regreso.

Don Epigmenio y Juventino llagaron esa tarde a comer a su casa. Comieron platicando del suceso y el Profe Epi, como lo llamaban cariñosamente exalumnos y vecinos le explicó a Juventino cómo era que funcionaba un motor de combustión interna, que con su propio impulso esa mañana de 1901 había sido el primero en arribar y dejarse ver por esta ciudad minera que a poco tiempo entraría también en el torbellino de progreso del naciente siglo XX.