/ miércoles 18 de agosto de 2021

Tragedia feminista en Afganistán

A lo largo de mi carrera política y desde mis estudios universitarios entendía que una de las prioridades por las que había que luchar es la igualdad. En el Senado de la República hemos impulsado varias iniciativas y puntos de acuerdo para lograr una paridad sustantiva en todos los ámbitos, sin embargo, aún con todos esos avances estoy convencida de que el avance ha sido lento.

En los últimos días hemos visto escenas lamentables que nos inundan de tristeza por lo ocurrido en Afganistán, en donde las libertades de todo tipo se encuentran en serio riesgo ante la llegada nuevamente del grupo Talibán que tiene como objetivo restaurar un régimen basado en la Sharia islámica que no es otra cosa que la aplicación de la ley con base en la religión musulmana pero con la variante de aplicar castigos corporales y restringir libertades derivadas de su interpretación religiosa.

En su momento, cuando las tropas occidentales tomaron el país y expulsaron a este grupo, uno de los sectores que más se vio beneficiado con ello fue el de las mujeres, ya que, a diferencia del régimen talibán, se les otorgaron libertades que nosotros damos por hecho en occidente como la de transitar libremente, vestirse de la forma deseada y, sobretodo, estudiar.

Muchas mujeres afganas se convirtieron en atletas, acudieron a eventos sociales sin la necesidad de acompañante masculino y demostraron su enorme capacidad en universidades y trabajos especializados, otorgando luz a una sociedad que se había mantenido en la penumbra por décadas enteras, donde el terror era lo reinante para crear comunidades medianamente funcionales, pero para nada libres.

La decisión occidental de ocupar un territorio buscando imponer un gobierno democrático en realidad no tenía como punto central a las mujeres, porque así como les otorgaron esa libertad por los últimos 20 años, hoy de un plumazo se les abandona a su suerte para sufrir lo indecible, para vivir un régimen de terror para mujeres que en poco tiempo serán anuladas de sus emociones, sus capacidades y su deseo de vivir.

Lejos estamos de una sociedad igualitaria cuando permitimos como Estados organizados en entes supranacionales que las mujeres no sólo sean maltratadas, sino que sean invisibilizadas al grado de considerarlas como en las épocas más oscuras de la civilización moderna: simples objetos que sirven para los intereses masculinos que pueden ser intercambiados o desaparecidos.

En medio de una pandemia y una crisis económica global, queda de manifiesto que cada rincón del planeta requiere de gobernantes responsables, que no descalifiquen, que no presionen, que no repriman y que vean por todos y cada una de sus habitantes. Asimismo, en un mundo globalizado es fundamental que las grandes potencias económicas y militares vean más por el ser humano y menos por la posibilidad de apropiarse de recursos naturales. En un mundo como este lo que más necesitamos es empatía.

Los temas para resolver en esa región serán numerosos, sin embargo, por el compromiso, por el trabajo, por lo logrado y por la empatía de saber lo difícil que es ser mujer en la sociedad actual y pasada, debemos preservar y proteger los derechos de las mujeres afganas que han conseguido por su activismo, por sus resultados y por el simple hecho de su calidad de seres humanos con la necesidad de gozar todos los derechos inherentes. Ni un paso atrás en la defensa de las mujeres.

A lo largo de mi carrera política y desde mis estudios universitarios entendía que una de las prioridades por las que había que luchar es la igualdad. En el Senado de la República hemos impulsado varias iniciativas y puntos de acuerdo para lograr una paridad sustantiva en todos los ámbitos, sin embargo, aún con todos esos avances estoy convencida de que el avance ha sido lento.

En los últimos días hemos visto escenas lamentables que nos inundan de tristeza por lo ocurrido en Afganistán, en donde las libertades de todo tipo se encuentran en serio riesgo ante la llegada nuevamente del grupo Talibán que tiene como objetivo restaurar un régimen basado en la Sharia islámica que no es otra cosa que la aplicación de la ley con base en la religión musulmana pero con la variante de aplicar castigos corporales y restringir libertades derivadas de su interpretación religiosa.

En su momento, cuando las tropas occidentales tomaron el país y expulsaron a este grupo, uno de los sectores que más se vio beneficiado con ello fue el de las mujeres, ya que, a diferencia del régimen talibán, se les otorgaron libertades que nosotros damos por hecho en occidente como la de transitar libremente, vestirse de la forma deseada y, sobretodo, estudiar.

Muchas mujeres afganas se convirtieron en atletas, acudieron a eventos sociales sin la necesidad de acompañante masculino y demostraron su enorme capacidad en universidades y trabajos especializados, otorgando luz a una sociedad que se había mantenido en la penumbra por décadas enteras, donde el terror era lo reinante para crear comunidades medianamente funcionales, pero para nada libres.

La decisión occidental de ocupar un territorio buscando imponer un gobierno democrático en realidad no tenía como punto central a las mujeres, porque así como les otorgaron esa libertad por los últimos 20 años, hoy de un plumazo se les abandona a su suerte para sufrir lo indecible, para vivir un régimen de terror para mujeres que en poco tiempo serán anuladas de sus emociones, sus capacidades y su deseo de vivir.

Lejos estamos de una sociedad igualitaria cuando permitimos como Estados organizados en entes supranacionales que las mujeres no sólo sean maltratadas, sino que sean invisibilizadas al grado de considerarlas como en las épocas más oscuras de la civilización moderna: simples objetos que sirven para los intereses masculinos que pueden ser intercambiados o desaparecidos.

En medio de una pandemia y una crisis económica global, queda de manifiesto que cada rincón del planeta requiere de gobernantes responsables, que no descalifiquen, que no presionen, que no repriman y que vean por todos y cada una de sus habitantes. Asimismo, en un mundo globalizado es fundamental que las grandes potencias económicas y militares vean más por el ser humano y menos por la posibilidad de apropiarse de recursos naturales. En un mundo como este lo que más necesitamos es empatía.

Los temas para resolver en esa región serán numerosos, sin embargo, por el compromiso, por el trabajo, por lo logrado y por la empatía de saber lo difícil que es ser mujer en la sociedad actual y pasada, debemos preservar y proteger los derechos de las mujeres afganas que han conseguido por su activismo, por sus resultados y por el simple hecho de su calidad de seres humanos con la necesidad de gozar todos los derechos inherentes. Ni un paso atrás en la defensa de las mujeres.