/ domingo 3 de julio de 2022

Salió de su zona de confort

Tenía apenas 17 años pero ya le llamaba el anhelo de superación y se encontró en la disyuntiva de quedarse en su zona de confort, con todo servido y la mesa puesta. Aquí en su ciudad de origen no había forma de estudiar lo que él quería. No había escuelas de la profesión a la que deseaba acceder. Así que se fue. Empezó una nueva vida en aquella metrópoli en donde estaba la Escuela profesional que iba a transformar su vida. Claro que empezaron también las privaciones, el hambre y las incomodidades.

Resultó que la Escuela Nacional de Arquitectura a donde ingresó después de un largo examen de admisión, -cuyos resultados fueron sorprendentes, ya que ocupó el segundo lugar de todos los aspirantes que lo presentaron a nivel nacional- era sumamente exigente. Traía buena preparación, que hay que reconocer que aquí donde estudió su educación básica, secundaria y preparatoria, lo llevaron a ese primer éxito en el examen de admisión. Claro que también el plantel donde ingresó era muy bello y con muchos jardines. Había compañeros de todo el país y profesores de primera línea en las materias.

Un horario muy pesado que no permitía ninguna otra actividad sino constantemente, diariamente, estar arriba del restirador, porque en ese tiempo qué iba a haber computadoras y por tanto nada de autocad, archicad ni renders ni nada por el estilo. Todo había que crearlo y dibujarlo a mano sobre papel albanene y con lápiz, o tinta china según el caso. En aquellos tiempos, nada de semestres o cuatrimestres o unimestres como ahora, eran años completos y el que no aprobaba, repetía el año. Así que había que trabajar mucho para no quedar a deber ninguna materia y empezar el siguiente año con todas las materias nuevas.

Aprendió vocablos como “repentina” que era un ejercicio en el que el catedrático pedía un proyecto de un día para otro, o “entrega” que era presentar el trabajo en tiempo y forma sin ninguna concesión especial y bajo ningún pretexto. O el mayor de todos que era el “concurso” que consistía en la presentación final de un proyecto que se había venido desarrollando por espacio de varios meses cuya entrega exigente y puntual, impecable y de buena calidad en su dibujo y materiales, no admitía ni improvisaciones ni pretextos.

Así pasaron 5 años de esfuerzos y privaciones. Cuando regresaba a la casa paterna aquí en Pachuca, comía mucho y dormía mucho pero sólo en vacaciones, que eran muy esporádicas no como ahora que cada rato hay puentes o semanas de asueto.

Al final de la carrera, (vaya si lo era) a preparar la tesis y el examen profesional. Ya para entonces, ya había conseguido trabajo aquí en Pachuca y todo se hacía ya yendo y viniendo. Al fin se llegó el día del examen profesional después de varios meses de preparación de la tesis y los planos que la acompañaban (en número de 20). Resultó aprobado. Ya era Arquitecto. Por eso recordarlo me hace muy feliz. Esto sucedió un 6 de Julio de hace 50 años !!!


Tenía apenas 17 años pero ya le llamaba el anhelo de superación y se encontró en la disyuntiva de quedarse en su zona de confort, con todo servido y la mesa puesta. Aquí en su ciudad de origen no había forma de estudiar lo que él quería. No había escuelas de la profesión a la que deseaba acceder. Así que se fue. Empezó una nueva vida en aquella metrópoli en donde estaba la Escuela profesional que iba a transformar su vida. Claro que empezaron también las privaciones, el hambre y las incomodidades.

Resultó que la Escuela Nacional de Arquitectura a donde ingresó después de un largo examen de admisión, -cuyos resultados fueron sorprendentes, ya que ocupó el segundo lugar de todos los aspirantes que lo presentaron a nivel nacional- era sumamente exigente. Traía buena preparación, que hay que reconocer que aquí donde estudió su educación básica, secundaria y preparatoria, lo llevaron a ese primer éxito en el examen de admisión. Claro que también el plantel donde ingresó era muy bello y con muchos jardines. Había compañeros de todo el país y profesores de primera línea en las materias.

Un horario muy pesado que no permitía ninguna otra actividad sino constantemente, diariamente, estar arriba del restirador, porque en ese tiempo qué iba a haber computadoras y por tanto nada de autocad, archicad ni renders ni nada por el estilo. Todo había que crearlo y dibujarlo a mano sobre papel albanene y con lápiz, o tinta china según el caso. En aquellos tiempos, nada de semestres o cuatrimestres o unimestres como ahora, eran años completos y el que no aprobaba, repetía el año. Así que había que trabajar mucho para no quedar a deber ninguna materia y empezar el siguiente año con todas las materias nuevas.

Aprendió vocablos como “repentina” que era un ejercicio en el que el catedrático pedía un proyecto de un día para otro, o “entrega” que era presentar el trabajo en tiempo y forma sin ninguna concesión especial y bajo ningún pretexto. O el mayor de todos que era el “concurso” que consistía en la presentación final de un proyecto que se había venido desarrollando por espacio de varios meses cuya entrega exigente y puntual, impecable y de buena calidad en su dibujo y materiales, no admitía ni improvisaciones ni pretextos.

Así pasaron 5 años de esfuerzos y privaciones. Cuando regresaba a la casa paterna aquí en Pachuca, comía mucho y dormía mucho pero sólo en vacaciones, que eran muy esporádicas no como ahora que cada rato hay puentes o semanas de asueto.

Al final de la carrera, (vaya si lo era) a preparar la tesis y el examen profesional. Ya para entonces, ya había conseguido trabajo aquí en Pachuca y todo se hacía ya yendo y viniendo. Al fin se llegó el día del examen profesional después de varios meses de preparación de la tesis y los planos que la acompañaban (en número de 20). Resultó aprobado. Ya era Arquitecto. Por eso recordarlo me hace muy feliz. Esto sucedió un 6 de Julio de hace 50 años !!!