/ miércoles 26 de mayo de 2021

No más feminicidios

Aun ostentando un cargo público y tener el privilegio de servir al país demostrando capacidades y compromiso, además de, en efecto, contar con una consideración más alta en cuanto a protección de mi integridad, he confesar que aún persiste el miedo y el estado de vulnerabilidad cuando recorro las calles de nuestro país, cuando me acerco a la gente, cuando estoy a punto de desempeñar una nueva tarea, debido a la violencia y el riesgo que como mujer tenemos frente a los actos que vulneran nuestra estabilidad.

Lamentablemente, el problema de la violencia en contra de las mujeres que culmina en feminicidios no es un tema superado ni en México ni en el mundo. En el planeta siguen ocurriendo decenas de miles de muertes de mujeres por su simple condición femenina, sin embargo, esa situación, cuando se trata de América Latina se recrudece en cifras altamente alarmantes.

Nada más en 2020, las cifras del año anterior demostraban que en nuestra región los feminicidios aumentaron en un 31.5 por ciento, dejando claro que las condiciones sociales, económicas, culturales, políticas, se han convertido en un caldo de cultivo para que la violencia feminicida prevalezca sin que las políticas públicas implementadas le den una cara distinta a tan terrible situación.

Lo peor es que nuestro país no ha quedado atrás. A pesar de as promesas de acabar con este tipo de crímenes, el informe de Violencia Feminicida de ONU Mujeres arrojó en su última medición que el feminicidio en territorio nacional tuvo una escalada del 15 por ciento, lo que preocupa, sobretodo, para las mujeres de entre 20 y 24 años que son el foco de atención de quienes llevan a cabo este tipo de conductas absolutamente condenables.

El desdén contra las mujeres por parte de quienes tienen que protegerlas es lo más preocupante porque ensombrece el panorama de forma crítica y nos deja claro que esas cifras pueden ir creciendo hasta el punto de acabar con la vida cotidiana femenina en nuestro país. La falta de refugios, las condenas y represión en las marchas, aunado a una falta de estrategia para combatirlo, está generando que las víctimas no sean sólo las que mueren a manos de sus verdugos, sino todas aquellas que no pueden poner un pie fuera sin la zozobra de poder perder la vida en cualquier momento.

No se trata esta vez de confrontaciones políticas o posturas contrarias, se trata de una situación grave que nos exige a gobierno y sociedad civil cambiar. Cambiar nuestras estrategias, cambiar nuestras costumbres, cambiar nuestras visiones, cambiar nuestra empatía y hacer que la sociedad funcione con el respeto que todas y todos necesitamos para llevar una vida sin sobresaltos, sin miedo, con dignidad.

Este debe ser el tema que nos una a todas las fuerzas políticas para poner mano dura y cambiar la perspectiva, empezando por escuchar a las voces que en el miedo y la desesperación gritan para que algo cambie, para que algo mejores y evitar las descalificaciones a priori. Este debe ser el tema que nos demuestre que nada ni nadie está por encima de las personas.

Aun ostentando un cargo público y tener el privilegio de servir al país demostrando capacidades y compromiso, además de, en efecto, contar con una consideración más alta en cuanto a protección de mi integridad, he confesar que aún persiste el miedo y el estado de vulnerabilidad cuando recorro las calles de nuestro país, cuando me acerco a la gente, cuando estoy a punto de desempeñar una nueva tarea, debido a la violencia y el riesgo que como mujer tenemos frente a los actos que vulneran nuestra estabilidad.

Lamentablemente, el problema de la violencia en contra de las mujeres que culmina en feminicidios no es un tema superado ni en México ni en el mundo. En el planeta siguen ocurriendo decenas de miles de muertes de mujeres por su simple condición femenina, sin embargo, esa situación, cuando se trata de América Latina se recrudece en cifras altamente alarmantes.

Nada más en 2020, las cifras del año anterior demostraban que en nuestra región los feminicidios aumentaron en un 31.5 por ciento, dejando claro que las condiciones sociales, económicas, culturales, políticas, se han convertido en un caldo de cultivo para que la violencia feminicida prevalezca sin que las políticas públicas implementadas le den una cara distinta a tan terrible situación.

Lo peor es que nuestro país no ha quedado atrás. A pesar de as promesas de acabar con este tipo de crímenes, el informe de Violencia Feminicida de ONU Mujeres arrojó en su última medición que el feminicidio en territorio nacional tuvo una escalada del 15 por ciento, lo que preocupa, sobretodo, para las mujeres de entre 20 y 24 años que son el foco de atención de quienes llevan a cabo este tipo de conductas absolutamente condenables.

El desdén contra las mujeres por parte de quienes tienen que protegerlas es lo más preocupante porque ensombrece el panorama de forma crítica y nos deja claro que esas cifras pueden ir creciendo hasta el punto de acabar con la vida cotidiana femenina en nuestro país. La falta de refugios, las condenas y represión en las marchas, aunado a una falta de estrategia para combatirlo, está generando que las víctimas no sean sólo las que mueren a manos de sus verdugos, sino todas aquellas que no pueden poner un pie fuera sin la zozobra de poder perder la vida en cualquier momento.

No se trata esta vez de confrontaciones políticas o posturas contrarias, se trata de una situación grave que nos exige a gobierno y sociedad civil cambiar. Cambiar nuestras estrategias, cambiar nuestras costumbres, cambiar nuestras visiones, cambiar nuestra empatía y hacer que la sociedad funcione con el respeto que todas y todos necesitamos para llevar una vida sin sobresaltos, sin miedo, con dignidad.

Este debe ser el tema que nos una a todas las fuerzas políticas para poner mano dura y cambiar la perspectiva, empezando por escuchar a las voces que en el miedo y la desesperación gritan para que algo cambie, para que algo mejores y evitar las descalificaciones a priori. Este debe ser el tema que nos demuestre que nada ni nadie está por encima de las personas.