/ miércoles 26 de agosto de 2020

Los damnificados invisibles

Después de que un fenómeno natural pasa por una población los destrozos lucen evidentes. Los escombros, la desolación, el desconsuelo, la catástrofe y los efectos físicos se perciben de inmediato, por lo que los trabajos de reconstrucción se enfocan en desazolves, rescates de personas atrapadas, reconstrucciones de viviendas, formación de caminos y alimentación a la población afectada.

En esos casos en particular, es sumamente complicado que la generalidad de la población en un país se vea afectada, por lo que la responsabilidad gubernamental unida a la generosidad y empatía ciudadana, permita tender la mano a los damnificados con la finalidad de salir de forma más pronta de la situación de pérdidas materia y, a veces, de las falencias sicológicas que una circunstancia así provoca.

Pero no nos imaginamos cuando una situación tan adversa, como la que generó el COVID, aparecería en nuestras vidas con la magnitud en que se presentó. Es decir, con una afectación a nivel mundial, profundizando las desigualdades existentes, sin una forma objetiva de control y con afectaciones económicas, sociales, políticas, de salud, educativas y un largo etcétera.

Adicional a ello, la posibilidad de la solidaridad entre la sociedad se ha visto limitada porque muchos se encuentran enfocados en atender las consecuencias negativas que les trajo la pandemia global. Hoy no hay un solo grupo de afectados, sino que los damnificados se cuentan por racimos, ya sea por la violenta sacudida económica, por la pérdida de un ser querido o por los estragos económicos que trajo consigo el necesario confinamiento.

Pero a diferencia de lo que sucede con un sismo, un tsunami, un huracán, una inundación y otros fenómenos, la pandemia no dejó de manera visible los restos de su paso en la sociedad. En este caso, la urgencia de la resiliencia es mayor, ya que, a ciencia cierta, no sabemos que tanto afectó la pandemia a mujeres, niñas, niños, adultos mayores y personas vulnerables que suelen cargar, además con el peso de sus familias

El proceso de reconstrucción ahora nos llevará más tiempo sin duda. Y es que, alejándonos un poco del aspecto económico, que no es cosa fácil, el reinsertar a todas las personas en sus actividades y en la tranquilidad de que sus allegados estarán bien será una tarea compleja que requerirá de tiempo para reflexionar, para salir fortalecidos del proceso y para enfocarnos en el aspecto subjetivo, en el individuo, en quien requiera de ese apoyo.

Esta vez no saldrán quien pida reconstrucción de su vivienda; en esta ocasión debemos apoyar en lo más profundo, en devolver la confianza y superar los miedos de una situación que no ha sido completamente vencida, ya que las circunstancias nos siguen recordando que puede haber un rebrote o contagios de personas ya infectadas con anterioridad.

Aún con la vacuna, las heridas y los malestares permanecerán en nuestra psique y, entonces, de manera inusitada, los esfuerzos institucionales y de la sociedad civil, habrá de enfocarse en todas y todos aquellos que, aunque parezcan que avanzan, requieren de apoyo más allá de lo económico o de lo laboral, para fortalecer las capacidades de una ciudadanía que, pasado esto, debe avanzar en valores como pocas veces en la historia.

Después de que un fenómeno natural pasa por una población los destrozos lucen evidentes. Los escombros, la desolación, el desconsuelo, la catástrofe y los efectos físicos se perciben de inmediato, por lo que los trabajos de reconstrucción se enfocan en desazolves, rescates de personas atrapadas, reconstrucciones de viviendas, formación de caminos y alimentación a la población afectada.

En esos casos en particular, es sumamente complicado que la generalidad de la población en un país se vea afectada, por lo que la responsabilidad gubernamental unida a la generosidad y empatía ciudadana, permita tender la mano a los damnificados con la finalidad de salir de forma más pronta de la situación de pérdidas materia y, a veces, de las falencias sicológicas que una circunstancia así provoca.

Pero no nos imaginamos cuando una situación tan adversa, como la que generó el COVID, aparecería en nuestras vidas con la magnitud en que se presentó. Es decir, con una afectación a nivel mundial, profundizando las desigualdades existentes, sin una forma objetiva de control y con afectaciones económicas, sociales, políticas, de salud, educativas y un largo etcétera.

Adicional a ello, la posibilidad de la solidaridad entre la sociedad se ha visto limitada porque muchos se encuentran enfocados en atender las consecuencias negativas que les trajo la pandemia global. Hoy no hay un solo grupo de afectados, sino que los damnificados se cuentan por racimos, ya sea por la violenta sacudida económica, por la pérdida de un ser querido o por los estragos económicos que trajo consigo el necesario confinamiento.

Pero a diferencia de lo que sucede con un sismo, un tsunami, un huracán, una inundación y otros fenómenos, la pandemia no dejó de manera visible los restos de su paso en la sociedad. En este caso, la urgencia de la resiliencia es mayor, ya que, a ciencia cierta, no sabemos que tanto afectó la pandemia a mujeres, niñas, niños, adultos mayores y personas vulnerables que suelen cargar, además con el peso de sus familias

El proceso de reconstrucción ahora nos llevará más tiempo sin duda. Y es que, alejándonos un poco del aspecto económico, que no es cosa fácil, el reinsertar a todas las personas en sus actividades y en la tranquilidad de que sus allegados estarán bien será una tarea compleja que requerirá de tiempo para reflexionar, para salir fortalecidos del proceso y para enfocarnos en el aspecto subjetivo, en el individuo, en quien requiera de ese apoyo.

Esta vez no saldrán quien pida reconstrucción de su vivienda; en esta ocasión debemos apoyar en lo más profundo, en devolver la confianza y superar los miedos de una situación que no ha sido completamente vencida, ya que las circunstancias nos siguen recordando que puede haber un rebrote o contagios de personas ya infectadas con anterioridad.

Aún con la vacuna, las heridas y los malestares permanecerán en nuestra psique y, entonces, de manera inusitada, los esfuerzos institucionales y de la sociedad civil, habrá de enfocarse en todas y todos aquellos que, aunque parezcan que avanzan, requieren de apoyo más allá de lo económico o de lo laboral, para fortalecer las capacidades de una ciudadanía que, pasado esto, debe avanzar en valores como pocas veces en la historia.