/ sábado 23 de febrero de 2019

La reunión del chocolate

Lo primero que recobró fue su sombra. Eran tan oscuro el calabozo que el hombre se había olvidado de ella, de su existencia, de su sombra. De 1810 a 1837 estuvo preso. Un mexicano preso en Manila, Filipinas.

Su delito, conspirar contra el rey de España y formar parte de los conjurados: Miguel Hidalgo y Costilla, Agustín de Iturbide, Josefa Ortiz de Domínguez y otros. Su nombre y tarea nos es recordado en una magistral novela de Luis Jorge Arnau. Epigmenio González Flores.

Así se llamaba. De oficio tendero, hombre respetable, de buen trato, se involucró a las tertulias de la “Francia chiquita”, donde conoció a los conjurados de Querétaro. Correspondió a Epigmenio ser el acopiador de armas y fabricante de cartuchos. ¡El primer armero de la independencia!

Epigmenio González y su hermano Emeterio, por la acusación de un traidor, fueron detenidos y llevados a prisión, con lo que la conspiración fue descubierta. La detención de Epigmenio se da el 14 septiembre de 1810. El grito independentista realizado por el cura de Dolores fue el 16 de septiembre de 1810.

Epigmenio fue a la cárcel, su hermano también. Epigmenio esperó siempre y siempre pensó que los independentistas lo liberarían. No sucedió. Emeterio murió poco después. Epigmenio fue llevado a una cárcel de Acapulco. De ahí a Filipinas.

Epigmenio, habrá que decirlo, no traicionó a nadie. Fue un ser humano macizo. Estuvo prisionero 27 años.

La independencia se logró en México en 1821. Epigmenio salió libre en 1837. Regresó a México en 1838. Los iniciadores del movimiento independentista: ¡Todos habían muerto! ¡Y de él nadie se acordaba! Y hasta donde recordamos nunca se ha vitoreado su nombre en la “noche del grito”. Parece ser un héroe olvidado, perdido.

Como seguramente los hay tantos. La historia nos dice que salió de prisión.

Epigmenio González Flores vivió una vida grata al salir de la cárcel en Filipinas, tuvo una compañera de vida, calles por recorrer, el mar frente a él, las gaviotas, fruta fresca, pan suave y agua limpia, el horizonte, sin embargo, lo retaba: “México, mi patria”, balbuceaba. ¿Por qué regresó a México?, donde nadie lo recordaba y él recordaba muy pocas cosas. ¿Por qué, para qué? La novela de Luis Jorge Arnau, “La reunión del chocolate” nos da la respuesta.

Es esta una novela de grandes giros, llena de intensidad.

Lo primero que recobró fue su sombra. Eran tan oscuro el calabozo que el hombre se había olvidado de ella, de su existencia, de su sombra. De 1810 a 1837 estuvo preso. Un mexicano preso en Manila, Filipinas.

Su delito, conspirar contra el rey de España y formar parte de los conjurados: Miguel Hidalgo y Costilla, Agustín de Iturbide, Josefa Ortiz de Domínguez y otros. Su nombre y tarea nos es recordado en una magistral novela de Luis Jorge Arnau. Epigmenio González Flores.

Así se llamaba. De oficio tendero, hombre respetable, de buen trato, se involucró a las tertulias de la “Francia chiquita”, donde conoció a los conjurados de Querétaro. Correspondió a Epigmenio ser el acopiador de armas y fabricante de cartuchos. ¡El primer armero de la independencia!

Epigmenio González y su hermano Emeterio, por la acusación de un traidor, fueron detenidos y llevados a prisión, con lo que la conspiración fue descubierta. La detención de Epigmenio se da el 14 septiembre de 1810. El grito independentista realizado por el cura de Dolores fue el 16 de septiembre de 1810.

Epigmenio fue a la cárcel, su hermano también. Epigmenio esperó siempre y siempre pensó que los independentistas lo liberarían. No sucedió. Emeterio murió poco después. Epigmenio fue llevado a una cárcel de Acapulco. De ahí a Filipinas.

Epigmenio, habrá que decirlo, no traicionó a nadie. Fue un ser humano macizo. Estuvo prisionero 27 años.

La independencia se logró en México en 1821. Epigmenio salió libre en 1837. Regresó a México en 1838. Los iniciadores del movimiento independentista: ¡Todos habían muerto! ¡Y de él nadie se acordaba! Y hasta donde recordamos nunca se ha vitoreado su nombre en la “noche del grito”. Parece ser un héroe olvidado, perdido.

Como seguramente los hay tantos. La historia nos dice que salió de prisión.

Epigmenio González Flores vivió una vida grata al salir de la cárcel en Filipinas, tuvo una compañera de vida, calles por recorrer, el mar frente a él, las gaviotas, fruta fresca, pan suave y agua limpia, el horizonte, sin embargo, lo retaba: “México, mi patria”, balbuceaba. ¿Por qué regresó a México?, donde nadie lo recordaba y él recordaba muy pocas cosas. ¿Por qué, para qué? La novela de Luis Jorge Arnau, “La reunión del chocolate” nos da la respuesta.

Es esta una novela de grandes giros, llena de intensidad.