/ miércoles 16 de octubre de 2019

La importancia de la visibilidad

Comentar sobre una obra fílmica puede parecer algo superfluo y fuera de contexto en un espacio que hemos utilizado para una importante diversidad de temas.

Referirnos a la obra del director Todd Philips, protagonizada por Joaquin Phoenix, titulada The Joker pudiera parecer un lugar común a tan solo unos días de estreno en nuestro país, pero lejos de referirnos a dicho filme desde un aspecto cinematográfico, es preciso abordar la problemática como un escenario repetido en nuestra sociedad.

La cruda violencia en la ciudad en la que ocurren los hechos narrados por la película, podría o no estar justificada, sin embargo, la virulencia de nuestra sociedad rebasa por mucho cualquier construcción dramática en cualquiera de las expresiones artísticas con las que contamos. Las emboscadas de grupos criminales, los enormes fraudes que lastiman seriamente el erario, las matanzas en escuelas y plazas públicas, los conflictos armados por territorio y demás situaciones complejas nos hacen pensar, por un lado, en que vivimos en un contexto lleno de desapego social y, por el otro, determinar cuál es el origen de tan lamentables casos.

El sistema económico, político y social en el que vivimos desde hace 50 años nos ha llevado a invisibilizar causas y, peor aún, ha borrado a individuos, a seres humanos particulares, de nuestra esfera de empatía. La solución ha sido segregarlos y no parar bajo ninguna circunstancia de la vorágine social que hemos creado, donde las normas son de adaptación por encima del tratamiento personal considerando emociones y problemáticas únicas.

Las masacres que hemos visto repetirse en los últimos meses en nuestro país vecino, son producto de individuos que acumularon rencor social y que sublimaron sus frustraciones en hacer daño a sus semejantes con un alto grado de separación de las necesidades de los demás. Las decisiones de personas que decidieron involucrarse con grupos criminales, surge de problemáticas individuales, de momentos de decisión que los hacen llegar a esa conclusión, ya sea por la facilidad de obtener recursos en un entorno laboral inexistente o porque es la única vía que su entorno les ofrece.

La problemática de la violencia en el mundo y, desde luego, en nuestro país con los miles de muertos a diario, tienen causas, muchas veces personales que, de no atenderse, de no visibilizarse, el estallamiento será peor e inevitable. Ello a pesar de que sigan existiendo voces empeñadas en calificar la visibilización de las minorías o de los grupos vulnerables como algo sin sentido e ineficiente.

Podremos generar un sinfín de estrategias para combatir delincuentes, podemos tener cuerpos armados, ya sea militares o policiales, podemos desplegar fuerzas en todo el territorio, pero si no resolvemos la problemática de quien no tiene opción en su entorno social inmediato o sus sentimientos y percepciones interiores, no habrá forma de atacar el problema de raíz.

Lo verdaderamente importante es asumir que esto, además, no es solo un problema que deban atender los gobiernos, sino que es algo que nos concierne a todos los miembros de la sociedad; somos cada uno de nosotros quienes debemos incluir a todos y cada uno de ellos respetando sus circunstancias personales y apoyarlos con la simple escucha e interés de hacerlos estar bien. Porque atender a los otros es convalidarse a uno mismo.

Comentar sobre una obra fílmica puede parecer algo superfluo y fuera de contexto en un espacio que hemos utilizado para una importante diversidad de temas.

Referirnos a la obra del director Todd Philips, protagonizada por Joaquin Phoenix, titulada The Joker pudiera parecer un lugar común a tan solo unos días de estreno en nuestro país, pero lejos de referirnos a dicho filme desde un aspecto cinematográfico, es preciso abordar la problemática como un escenario repetido en nuestra sociedad.

La cruda violencia en la ciudad en la que ocurren los hechos narrados por la película, podría o no estar justificada, sin embargo, la virulencia de nuestra sociedad rebasa por mucho cualquier construcción dramática en cualquiera de las expresiones artísticas con las que contamos. Las emboscadas de grupos criminales, los enormes fraudes que lastiman seriamente el erario, las matanzas en escuelas y plazas públicas, los conflictos armados por territorio y demás situaciones complejas nos hacen pensar, por un lado, en que vivimos en un contexto lleno de desapego social y, por el otro, determinar cuál es el origen de tan lamentables casos.

El sistema económico, político y social en el que vivimos desde hace 50 años nos ha llevado a invisibilizar causas y, peor aún, ha borrado a individuos, a seres humanos particulares, de nuestra esfera de empatía. La solución ha sido segregarlos y no parar bajo ninguna circunstancia de la vorágine social que hemos creado, donde las normas son de adaptación por encima del tratamiento personal considerando emociones y problemáticas únicas.

Las masacres que hemos visto repetirse en los últimos meses en nuestro país vecino, son producto de individuos que acumularon rencor social y que sublimaron sus frustraciones en hacer daño a sus semejantes con un alto grado de separación de las necesidades de los demás. Las decisiones de personas que decidieron involucrarse con grupos criminales, surge de problemáticas individuales, de momentos de decisión que los hacen llegar a esa conclusión, ya sea por la facilidad de obtener recursos en un entorno laboral inexistente o porque es la única vía que su entorno les ofrece.

La problemática de la violencia en el mundo y, desde luego, en nuestro país con los miles de muertos a diario, tienen causas, muchas veces personales que, de no atenderse, de no visibilizarse, el estallamiento será peor e inevitable. Ello a pesar de que sigan existiendo voces empeñadas en calificar la visibilización de las minorías o de los grupos vulnerables como algo sin sentido e ineficiente.

Podremos generar un sinfín de estrategias para combatir delincuentes, podemos tener cuerpos armados, ya sea militares o policiales, podemos desplegar fuerzas en todo el territorio, pero si no resolvemos la problemática de quien no tiene opción en su entorno social inmediato o sus sentimientos y percepciones interiores, no habrá forma de atacar el problema de raíz.

Lo verdaderamente importante es asumir que esto, además, no es solo un problema que deban atender los gobiernos, sino que es algo que nos concierne a todos los miembros de la sociedad; somos cada uno de nosotros quienes debemos incluir a todos y cada uno de ellos respetando sus circunstancias personales y apoyarlos con la simple escucha e interés de hacerlos estar bien. Porque atender a los otros es convalidarse a uno mismo.