/ domingo 1 de diciembre de 2019

La Herencia

Esta semana como sabemos recordamos el centésimo aniversario de la muerte del General Felipe Ángeles Ramírez, que fue fusilado después de un juicio injusto en Chihuahua, realizado por un Tribunal Militar que por órdenes de Venustiano Carranza lo condenó a muerte a pesar de que los defensores demostraron la invalidez y la farsa de dicho proceso. Carranza, que era un tipo vengativo y testarudo, le tenía mucho rencor a Ángeles por haber apoyado a Francisco Villa en las diferencias que tuvieron en la lucha constitucionalista y aunque ya Carranza había logrado el poder, deseaba ver muerto al Gral. Ángeles a como diera lugar. Por eso, sabiendo que lo habían aprehendido ordenó que se le formara un juicio y dispuso que se le condenara a muerte. Los miembros del Consejo que lo condenaron han pasado a la historia como unos verdaderos felones que sumisos hasta el ridículo maquinaron la farsa del llamado juicio. Al final ese fue el veredicto.

Por su parte al final del juicio, el Gral. Ángeles tomó la palabra, y nos dejó un testamento bellísimo que deseo transcribir. Transcribo partes de dichas últimas palabras. Dijo el gran hidalguense:

“Yo no abrigo odios contra nadie pues nunca los he abrigado. Cuando luchaba en época pasada contra el gobierno no tenía odio, así tampoco lo tenía cuando Madero me envió a combatir a los zapatistas….Ahora mismo, no tengo odio para ningún constitucionalista como no lo tengo para ningún federal, para ningún huertista, para ningún porfirista; por el contrario, siento cariño entrañable para todos los mexicanos de cualquier creencia, religión o credo político. Ese ha sido mi defecto, amar a todos los mexicanos, y es más, amar a toda la humanidad, amar hasta los animales, porque a veces somos nosotros más malos que ellos. He llegado hasta creer que es salvaje matarlos, para alimentarnos de ellos. ¡Amo también a todas las cosas de la tierra: los paisajes, los paisajes de mi tierra especialmente, han sido mi pasión; amo el sistema planetario, la nebulosa que se tiende en lo inmenso del cielo, las estrellas, los mundos que gravitan en la inmensidad del espacio, lo amo todo!...Hago fervientes votos porque nuestros estadistas resuelvan acertadamente los arduos problemas de la nación y digo todo esto para que después que se dicte mi sentencia de muerte, y yo haya desaparecido, no se crea que yo fui un hombre malo.”

Así pues después de pronunciar estas últimas palabras, al día siguiente, en la madrugada, fue fusilado nuestro paisano. Le fueron rendidos muchos honores y muestras de cariño por los habitantes de Chihuahua. El mundo entero se enteró de esta noticia y en todo México y muchos países, se condenó el crimen.

La sombra de Tlaxcalaltongo parecía lejana, pero estaba más cerca de lo que creía el anciano. Cinco meses después, las balas disparadas a través de los muros de paja y adobe de una casucha en la Sierra de Puebla, emparejaron las cosas.

Esta semana como sabemos recordamos el centésimo aniversario de la muerte del General Felipe Ángeles Ramírez, que fue fusilado después de un juicio injusto en Chihuahua, realizado por un Tribunal Militar que por órdenes de Venustiano Carranza lo condenó a muerte a pesar de que los defensores demostraron la invalidez y la farsa de dicho proceso. Carranza, que era un tipo vengativo y testarudo, le tenía mucho rencor a Ángeles por haber apoyado a Francisco Villa en las diferencias que tuvieron en la lucha constitucionalista y aunque ya Carranza había logrado el poder, deseaba ver muerto al Gral. Ángeles a como diera lugar. Por eso, sabiendo que lo habían aprehendido ordenó que se le formara un juicio y dispuso que se le condenara a muerte. Los miembros del Consejo que lo condenaron han pasado a la historia como unos verdaderos felones que sumisos hasta el ridículo maquinaron la farsa del llamado juicio. Al final ese fue el veredicto.

Por su parte al final del juicio, el Gral. Ángeles tomó la palabra, y nos dejó un testamento bellísimo que deseo transcribir. Transcribo partes de dichas últimas palabras. Dijo el gran hidalguense:

“Yo no abrigo odios contra nadie pues nunca los he abrigado. Cuando luchaba en época pasada contra el gobierno no tenía odio, así tampoco lo tenía cuando Madero me envió a combatir a los zapatistas….Ahora mismo, no tengo odio para ningún constitucionalista como no lo tengo para ningún federal, para ningún huertista, para ningún porfirista; por el contrario, siento cariño entrañable para todos los mexicanos de cualquier creencia, religión o credo político. Ese ha sido mi defecto, amar a todos los mexicanos, y es más, amar a toda la humanidad, amar hasta los animales, porque a veces somos nosotros más malos que ellos. He llegado hasta creer que es salvaje matarlos, para alimentarnos de ellos. ¡Amo también a todas las cosas de la tierra: los paisajes, los paisajes de mi tierra especialmente, han sido mi pasión; amo el sistema planetario, la nebulosa que se tiende en lo inmenso del cielo, las estrellas, los mundos que gravitan en la inmensidad del espacio, lo amo todo!...Hago fervientes votos porque nuestros estadistas resuelvan acertadamente los arduos problemas de la nación y digo todo esto para que después que se dicte mi sentencia de muerte, y yo haya desaparecido, no se crea que yo fui un hombre malo.”

Así pues después de pronunciar estas últimas palabras, al día siguiente, en la madrugada, fue fusilado nuestro paisano. Le fueron rendidos muchos honores y muestras de cariño por los habitantes de Chihuahua. El mundo entero se enteró de esta noticia y en todo México y muchos países, se condenó el crimen.

La sombra de Tlaxcalaltongo parecía lejana, pero estaba más cerca de lo que creía el anciano. Cinco meses después, las balas disparadas a través de los muros de paja y adobe de una casucha en la Sierra de Puebla, emparejaron las cosas.