/ domingo 24 de septiembre de 2017

La desgracia del temblor del martes

Tulancingo, Hidalgo.-  Ha sido muy difícil esta semana para nuestro país y especialmente para la Ciudad de México. El sismo que sacudió el centro de la república el día 19 de septiembre de esa semana trajo una serie de historias muy tristes, que deprimen y acongojan nuestra alma, sobre todo a quienes no nos gusta ver sufrir a nadie. El saber que más de 40 edificios se derrumbaron y aplastaron a quienes los habitaban o en ellos laboraban y no pudieron salir, es aterrador. Recuerdo que hace 32 años, en el otro gran sismo, hubo autos que circulaban con padres e hijos para llevarlos a la escuela, y que algunos edificios que colapsaron (odio esta palabra) cayeron encima de estos coches provocándoles una muerte lenta y desesperada por asfixia al terminárseles el aire, y sufría mucho pensando en lo que los hijos dirían a sus padres que nada podían hacer al tener un edificio derrumbado sobre ellos. Ahora nos encontramos con que mucha gente se ha quedado atrapada en los mismos edificios, porque su derrumbe fue total y que, aunque sabemos que están ahí, nos desespera tener que esperar a que los rescatistas los saquen de esa montaña de concreto, tabiques y despojos. Desespera no poder hacer nada. Los que somos arquitectos y sabemos cómo se comportan los materiales y los elementos de construcción, los que hemos realizado muchas demoliciones y hemos experimentado la dureza de los materiales sabemos lo difícil que es rescatar seres de esas montañas de escombro. Qué gran tristeza que pasan horas y horas y no se ve que los que están trabajando ahí los hayan localizado físicamente, o los hayan podido sacar. Es que no pueden obrar con ligereza, no pueden arriesgarse a que por la prisa se vaya a incrementar el derrumbe y aplastar a las personas que, atrapadas, se salvaron y están ahí esperando a regresar. Dijeron las autoridades que aproximadamente 400 edificios aún están en grave peligro y deben ser revisados para poder ser usados nuevamente. Es decir, diez veces más de los que cayeron están en peligro. Para uno como técnico con conocimientos de construcción es muy difícil revisar una construcción y dar un dictamen acerca de si se puede usar o qué reparaciones hay que hacerle. Recuerdo que en el sismo de 1985 algunos médicos hablaron con el gobernador Rossell para decirle que el edificio del hospital estaba cuarteado y que no sabían si sacar a los enfermos a la plaza que hay afuera del inmueble, con el riesgo natural de que la intemperie les haga daño o dejarlos sin mover con el riesgo de que una réplica pudiera derrumbar el edificio con los enfermos adentro. El gobernador Rossell me envió para hacer un dictamen y darle una opinión, y dijo que me hacía responsable de las consecuencias de mi decisión. Me presenté en dicho hospital y los médicos me mostraron las cuarteaduras. Después de recorrerlo todo y tomar fotografías y notas concluí que no había peligro. Las cuarteaduras eran de unos ductos que se localizaban en pequeños patios de servicio y que eran prácticamente unas construcciones adheridas y no pertenecían a la estructura del edificio. Así que emití mi dictamen en el sentido de que no se sacaba a los enfermos y que pasada la crisis se repararan las cuarteaduras mencionadas. Hasta la fecha el edificio sigue en pie. Claro que los arquitectos estamos siempre expuestos a que alguna obra de nosotros vaya a tener problemas con un temblor. Por eso tiene uno que cuidar varias cuestiones en una construcción, a saber: el terreno, porque los terrenos blandos son débiles y pueden ser malos basamentos; la proporción entre la base y la altura del edificio, ya que son más estables los edificios menos altos aunque no siempre, ya ven el edificio Rébsamen que tenía mucha base y no mucha altura, y sin embargo cayó; los cálculos estructurales, revisar el armado de losas, trabes, columnas, zapatas de cimentación y también los pretiles y adornos; los materiales empleados en la obra, que tienen que ser de buena calidad, estar bien conservados y ser nuevos, y finalmente el desarrollo y la mano de obra de la construcción, para lo cual se requiere de un buen maestro de obras y albañiles calificados, buenos fierreros y buenos cimbreros o carpinteros para elaborar la cimbra de trabes, losas y columnas, también las precauciones y protocolos que deben seguir al colar el concreto, el cual debe ser también de calidad, en su proporción de cemento y en su revenimiento. Hay que, además de todo esto, obtener su licencia de construcción totalmente al margen de la corrupción de “fírmame mi licencia y ahí vamos”, porque les aseguro, amigos y amigas lectores, que muchos de los edificios que se cayeron el martes en la CDMX no tenían una licencia obtenida técnica y legalmente, sino que fueron objeto de la corrupción de los ingenieros y arquitectos que les otorgaron la licencia sin revisar y recibiendo ilegalmente su tajada, ¡qué vergüenza! Allá su conciencia y la herencia que recibirán sus hijos. Muchas de las inundaciones que cada año afectan a colonias del Estado de México que están pegadas a la CDMX y que hacen sufrir mucho a las familias que con gran esfuerzo compraron sus casas, fueron objeto de la corrupción de constructoras y funcionarios al otorgarles la licencia de uso de suelo y de construcción. No se explica uno cómo es posible que haya fraccionamientos construidos en lugares por los que siempre ha pasado el agua en grandes cantidades en épocas de lluvia; no creemos en otra cosa que la corrupción de estos “promotores” de vivienda y estos “funcionarios” que se ponen de acuerdo al margen de la ley. Claro que una vez que han vendido el conjunto habitacional, los viviendistas desaparecen y le dejan el paquete a las autoridades, que no saben qué hacer y que en la lentitud de sus acciones hacen que al año siguiente, otra vez, se inunde la misma colonia, ¿qué tal? Por otra parte, hay que admirar y reconocer a los miles de personas que han ayudado en los derrumbes, en las desgracias y a los millones que han aportado víveres, medicamentos e insumos varios para las víctimas de estos desastres. Este es el México solidario del que nos orgullecemos, esta es la parte admirable de nuestra población. Estamos muy orgullosos de los que, dejando su egoísmo y su conveniencia personal, se han desprendido de lo poco que tienen y han corrido a apoyar a sus hermanos en desgracia. Viva el México limpio y solidario, viva la población heroica que ha entregado insumos, a veces sus propias manos y su tiempo para ayudar en la desgracia a sus hermanos en tragedia.

Septiembre de 2017

Tulancingo, Hidalgo.-  Ha sido muy difícil esta semana para nuestro país y especialmente para la Ciudad de México. El sismo que sacudió el centro de la república el día 19 de septiembre de esa semana trajo una serie de historias muy tristes, que deprimen y acongojan nuestra alma, sobre todo a quienes no nos gusta ver sufrir a nadie. El saber que más de 40 edificios se derrumbaron y aplastaron a quienes los habitaban o en ellos laboraban y no pudieron salir, es aterrador. Recuerdo que hace 32 años, en el otro gran sismo, hubo autos que circulaban con padres e hijos para llevarlos a la escuela, y que algunos edificios que colapsaron (odio esta palabra) cayeron encima de estos coches provocándoles una muerte lenta y desesperada por asfixia al terminárseles el aire, y sufría mucho pensando en lo que los hijos dirían a sus padres que nada podían hacer al tener un edificio derrumbado sobre ellos. Ahora nos encontramos con que mucha gente se ha quedado atrapada en los mismos edificios, porque su derrumbe fue total y que, aunque sabemos que están ahí, nos desespera tener que esperar a que los rescatistas los saquen de esa montaña de concreto, tabiques y despojos. Desespera no poder hacer nada. Los que somos arquitectos y sabemos cómo se comportan los materiales y los elementos de construcción, los que hemos realizado muchas demoliciones y hemos experimentado la dureza de los materiales sabemos lo difícil que es rescatar seres de esas montañas de escombro. Qué gran tristeza que pasan horas y horas y no se ve que los que están trabajando ahí los hayan localizado físicamente, o los hayan podido sacar. Es que no pueden obrar con ligereza, no pueden arriesgarse a que por la prisa se vaya a incrementar el derrumbe y aplastar a las personas que, atrapadas, se salvaron y están ahí esperando a regresar. Dijeron las autoridades que aproximadamente 400 edificios aún están en grave peligro y deben ser revisados para poder ser usados nuevamente. Es decir, diez veces más de los que cayeron están en peligro. Para uno como técnico con conocimientos de construcción es muy difícil revisar una construcción y dar un dictamen acerca de si se puede usar o qué reparaciones hay que hacerle. Recuerdo que en el sismo de 1985 algunos médicos hablaron con el gobernador Rossell para decirle que el edificio del hospital estaba cuarteado y que no sabían si sacar a los enfermos a la plaza que hay afuera del inmueble, con el riesgo natural de que la intemperie les haga daño o dejarlos sin mover con el riesgo de que una réplica pudiera derrumbar el edificio con los enfermos adentro. El gobernador Rossell me envió para hacer un dictamen y darle una opinión, y dijo que me hacía responsable de las consecuencias de mi decisión. Me presenté en dicho hospital y los médicos me mostraron las cuarteaduras. Después de recorrerlo todo y tomar fotografías y notas concluí que no había peligro. Las cuarteaduras eran de unos ductos que se localizaban en pequeños patios de servicio y que eran prácticamente unas construcciones adheridas y no pertenecían a la estructura del edificio. Así que emití mi dictamen en el sentido de que no se sacaba a los enfermos y que pasada la crisis se repararan las cuarteaduras mencionadas. Hasta la fecha el edificio sigue en pie. Claro que los arquitectos estamos siempre expuestos a que alguna obra de nosotros vaya a tener problemas con un temblor. Por eso tiene uno que cuidar varias cuestiones en una construcción, a saber: el terreno, porque los terrenos blandos son débiles y pueden ser malos basamentos; la proporción entre la base y la altura del edificio, ya que son más estables los edificios menos altos aunque no siempre, ya ven el edificio Rébsamen que tenía mucha base y no mucha altura, y sin embargo cayó; los cálculos estructurales, revisar el armado de losas, trabes, columnas, zapatas de cimentación y también los pretiles y adornos; los materiales empleados en la obra, que tienen que ser de buena calidad, estar bien conservados y ser nuevos, y finalmente el desarrollo y la mano de obra de la construcción, para lo cual se requiere de un buen maestro de obras y albañiles calificados, buenos fierreros y buenos cimbreros o carpinteros para elaborar la cimbra de trabes, losas y columnas, también las precauciones y protocolos que deben seguir al colar el concreto, el cual debe ser también de calidad, en su proporción de cemento y en su revenimiento. Hay que, además de todo esto, obtener su licencia de construcción totalmente al margen de la corrupción de “fírmame mi licencia y ahí vamos”, porque les aseguro, amigos y amigas lectores, que muchos de los edificios que se cayeron el martes en la CDMX no tenían una licencia obtenida técnica y legalmente, sino que fueron objeto de la corrupción de los ingenieros y arquitectos que les otorgaron la licencia sin revisar y recibiendo ilegalmente su tajada, ¡qué vergüenza! Allá su conciencia y la herencia que recibirán sus hijos. Muchas de las inundaciones que cada año afectan a colonias del Estado de México que están pegadas a la CDMX y que hacen sufrir mucho a las familias que con gran esfuerzo compraron sus casas, fueron objeto de la corrupción de constructoras y funcionarios al otorgarles la licencia de uso de suelo y de construcción. No se explica uno cómo es posible que haya fraccionamientos construidos en lugares por los que siempre ha pasado el agua en grandes cantidades en épocas de lluvia; no creemos en otra cosa que la corrupción de estos “promotores” de vivienda y estos “funcionarios” que se ponen de acuerdo al margen de la ley. Claro que una vez que han vendido el conjunto habitacional, los viviendistas desaparecen y le dejan el paquete a las autoridades, que no saben qué hacer y que en la lentitud de sus acciones hacen que al año siguiente, otra vez, se inunde la misma colonia, ¿qué tal? Por otra parte, hay que admirar y reconocer a los miles de personas que han ayudado en los derrumbes, en las desgracias y a los millones que han aportado víveres, medicamentos e insumos varios para las víctimas de estos desastres. Este es el México solidario del que nos orgullecemos, esta es la parte admirable de nuestra población. Estamos muy orgullosos de los que, dejando su egoísmo y su conveniencia personal, se han desprendido de lo poco que tienen y han corrido a apoyar a sus hermanos en desgracia. Viva el México limpio y solidario, viva la población heroica que ha entregado insumos, a veces sus propias manos y su tiempo para ayudar en la desgracia a sus hermanos en tragedia.

Septiembre de 2017