/ sábado 25 de enero de 2020

Jantipa y Sócrates.

No anhelaba casarse con él.

Tenía los ojos demasiado separados uno del otro, parecía que miraba dos cosas al mismo tiempo; y sí.


Jantipa pedía a Hera, esposa de Zeus, se apiadase de ella y no permitiera desposarse con una persona “que ni sandalias usaba”.


Además era necio, “más que yo” decía Jantipa.


Los relatos señalan que Jantipa tampoco era muy amada en su hogar dado su mal carácter. Por lo que sus padres –ellos si deseaban- se casase lo más pronto posible “con quien fuera”. No importaba que se llamara Sócrates y fuera hijo de Sofronisco el escultor y Fenarete la partera. No importaba.


Tampoco importaba que Sócrates caminase bamboleando la figura como una oca, ya que sus piernas delgadas parecía que no aguantarían el peso de su cuerpo.


Lo urgente era que Jantipa se uniera en matrimonio; ¡ya! Y la dote, aunque era poca, estaba lista.


Solo que Sócrates no estaba de acuerdo con la misma.

Sócrates decía; “recibir una dote y a la hija, es como recibir un pago por llevársela y eso no está bien, las parejas deben de conocerse y luego amarse.


La primera vez que se miraron Jantipa y Sócrates, por supuesto, discutieron.


“Jantipa, dijo el filósofo; la mujer que piensa por ella misma”. “Sócrates, el que viste mal y al que llaman maestro”, le respondió.


El matrimonió transitó muy mal.


El filósofo se ausentaba del hogar y no regresaba hasta días después, sin dinero.

Jantipa le reprochaba el andar vagabundeando y hablando en las plazas.

“¡Cóbrales cuando menos lo que les enseñas…” gritaba molesta.

Sócrates respondía “como les voy a cobrar si no les enseño nada… si yo mismo no sé nada”.


Una tarde Jantipa acusó al maestro ante la autoridad, “es un bueno para nada, un vago y no da gasto…”

El filósofo aceptó la acusación y fue más lejos. Reconoció que su esposa tenía razón y que el culpable de las molestias era él y su conducta.


El juez reprendió a Jantipa por haber acusado a un hombre tan integro que reconocía su falta de cumplimiento al deber.


Sócrates continuó en las plazas y dialogaba con sus discípulos a través de la mayéutica.

Luego sus enemigos lo acusaron de no creer en los dioses y de corromper a los jóvenes.


Fue juzgado y lo condenaron a muerte.


Cuando Sócrates se dispuso a morir, Jantipa salió a la calle a gritar; “¡Atenas, no mates al mejor hombre del mundo!”

Y luego, al morir pronunció. “¡Atenas a muerto! Y dejó correr lágrimas de amor y dolor en sus mejillas.


Todos sabían que, a su modo, Jantipa siempre había amado profundamente a Sócrates.


Del filósofo hablarían de él, otros filósofos. De Sócrates, solo ella.

No anhelaba casarse con él.

Tenía los ojos demasiado separados uno del otro, parecía que miraba dos cosas al mismo tiempo; y sí.


Jantipa pedía a Hera, esposa de Zeus, se apiadase de ella y no permitiera desposarse con una persona “que ni sandalias usaba”.


Además era necio, “más que yo” decía Jantipa.


Los relatos señalan que Jantipa tampoco era muy amada en su hogar dado su mal carácter. Por lo que sus padres –ellos si deseaban- se casase lo más pronto posible “con quien fuera”. No importaba que se llamara Sócrates y fuera hijo de Sofronisco el escultor y Fenarete la partera. No importaba.


Tampoco importaba que Sócrates caminase bamboleando la figura como una oca, ya que sus piernas delgadas parecía que no aguantarían el peso de su cuerpo.


Lo urgente era que Jantipa se uniera en matrimonio; ¡ya! Y la dote, aunque era poca, estaba lista.


Solo que Sócrates no estaba de acuerdo con la misma.

Sócrates decía; “recibir una dote y a la hija, es como recibir un pago por llevársela y eso no está bien, las parejas deben de conocerse y luego amarse.


La primera vez que se miraron Jantipa y Sócrates, por supuesto, discutieron.


“Jantipa, dijo el filósofo; la mujer que piensa por ella misma”. “Sócrates, el que viste mal y al que llaman maestro”, le respondió.


El matrimonió transitó muy mal.


El filósofo se ausentaba del hogar y no regresaba hasta días después, sin dinero.

Jantipa le reprochaba el andar vagabundeando y hablando en las plazas.

“¡Cóbrales cuando menos lo que les enseñas…” gritaba molesta.

Sócrates respondía “como les voy a cobrar si no les enseño nada… si yo mismo no sé nada”.


Una tarde Jantipa acusó al maestro ante la autoridad, “es un bueno para nada, un vago y no da gasto…”

El filósofo aceptó la acusación y fue más lejos. Reconoció que su esposa tenía razón y que el culpable de las molestias era él y su conducta.


El juez reprendió a Jantipa por haber acusado a un hombre tan integro que reconocía su falta de cumplimiento al deber.


Sócrates continuó en las plazas y dialogaba con sus discípulos a través de la mayéutica.

Luego sus enemigos lo acusaron de no creer en los dioses y de corromper a los jóvenes.


Fue juzgado y lo condenaron a muerte.


Cuando Sócrates se dispuso a morir, Jantipa salió a la calle a gritar; “¡Atenas, no mates al mejor hombre del mundo!”

Y luego, al morir pronunció. “¡Atenas a muerto! Y dejó correr lágrimas de amor y dolor en sus mejillas.


Todos sabían que, a su modo, Jantipa siempre había amado profundamente a Sócrates.


Del filósofo hablarían de él, otros filósofos. De Sócrates, solo ella.