/ miércoles 7 de abril de 2021

En pos del espíritu democrático

En mi carrera he reafirmado la creencia de que hacer política, política buena, política noble, es la mejor forma de acercarnos a la gente, es el método para materializar nuestro trabajo y encontrar un rumbo como servidores públicos. Las propuestas de ley, las políticas públicas, no surgen de la pluma en un escritorio, aparecen cuando uno recoge el sentir de la gente y de sus necesidades para poder cambiar su entorno.

He tenido la fortuna de que las campañas políticas me ayudaron a conocer a mi Estado, a mi gente; también, gracias a mi trabajo en la CDI tuve el privilegio de conocer latitudes y cosmovisiones de pueblos originarios en todo el país. Las campañas son, a diferencia de lo que se puede creer, la cúspide de todo político que tiene en la mente el deseo de servir a su país.

El domingo pasado arrancaron de forma oficial las campañas para la elección del 6 de junio. Una de las más grandes de la historia no sólo porque define cargos de diputados federales, muchas gubernaturas y cientos de cargos municipales, sino porque en ello se redefinirá el destino de nuestro país en materia de certeza en las políticas públicas y pluralidad en el Congreso de la Unión que mucha falta hace para discutir verdaderamente propuestas legislativas de gran calado que impactan en la vida diaria de las y los mexicanos.

Lamentablemente, los señalamientos a la autoridad electoral han ensombrecido seriamente el espíritu democrático que había reinado en nuestro país durante los últimos años. Construir instituciones confiables, certeras, alejadas de visiones unipersonales y con un fin democrático, costó muchísimo trabajo no sólo intelectual, sino de luchas físicas e institucionales como para echar por la borda eso que hemos construido como sociedad.

El papel de todos en las campañas debe centrarse en la responsabilidad. Responsabilidad de las candidatas y los candidatos para actuar dentro de los cauces democráticos y para no mentir como fin para llegar a ocupar un espacio político; pero también responsabilidad de la ciudadanía en cuanto a la reflexión de su voto, evitar las pasiones y entender que el papel que hoy le otorga el sistema que tenemos es toral para tener mejores servidoras y servidores públicos.

Por su parte, quienes tenemos el privilegio de ocupar un cargo público, cualquiera que este sea, debemos demostrar altura de miras privilegiando el juego limpio, manteniéndonos en la postura institucional, respetuosa y ocupar sólo los espacios permitidos por la propia Constitución y la ley, para hacer prevalecer la equidad, la imparcialidad y la transparencia en estas elecciones.

Estamos muy cercanos a dar uno de los pasos más importantes del país en las últimas décadas. Atendemos al espíritu, por encima de cualquier cosa, de la unidad, en un momento, además, crítico para la historia de la humanidad en que la salud y la economía está en riesgo. Cada quien tendrá sus preferencias ideológicas y su formación social, peor no debemos perder de vista que, por encima de esas preferencias, se encuentra el pueblo de México como el receptor de las malas o buenas decisiones que tomemos de ahora en adelante.

En mi carrera he reafirmado la creencia de que hacer política, política buena, política noble, es la mejor forma de acercarnos a la gente, es el método para materializar nuestro trabajo y encontrar un rumbo como servidores públicos. Las propuestas de ley, las políticas públicas, no surgen de la pluma en un escritorio, aparecen cuando uno recoge el sentir de la gente y de sus necesidades para poder cambiar su entorno.

He tenido la fortuna de que las campañas políticas me ayudaron a conocer a mi Estado, a mi gente; también, gracias a mi trabajo en la CDI tuve el privilegio de conocer latitudes y cosmovisiones de pueblos originarios en todo el país. Las campañas son, a diferencia de lo que se puede creer, la cúspide de todo político que tiene en la mente el deseo de servir a su país.

El domingo pasado arrancaron de forma oficial las campañas para la elección del 6 de junio. Una de las más grandes de la historia no sólo porque define cargos de diputados federales, muchas gubernaturas y cientos de cargos municipales, sino porque en ello se redefinirá el destino de nuestro país en materia de certeza en las políticas públicas y pluralidad en el Congreso de la Unión que mucha falta hace para discutir verdaderamente propuestas legislativas de gran calado que impactan en la vida diaria de las y los mexicanos.

Lamentablemente, los señalamientos a la autoridad electoral han ensombrecido seriamente el espíritu democrático que había reinado en nuestro país durante los últimos años. Construir instituciones confiables, certeras, alejadas de visiones unipersonales y con un fin democrático, costó muchísimo trabajo no sólo intelectual, sino de luchas físicas e institucionales como para echar por la borda eso que hemos construido como sociedad.

El papel de todos en las campañas debe centrarse en la responsabilidad. Responsabilidad de las candidatas y los candidatos para actuar dentro de los cauces democráticos y para no mentir como fin para llegar a ocupar un espacio político; pero también responsabilidad de la ciudadanía en cuanto a la reflexión de su voto, evitar las pasiones y entender que el papel que hoy le otorga el sistema que tenemos es toral para tener mejores servidoras y servidores públicos.

Por su parte, quienes tenemos el privilegio de ocupar un cargo público, cualquiera que este sea, debemos demostrar altura de miras privilegiando el juego limpio, manteniéndonos en la postura institucional, respetuosa y ocupar sólo los espacios permitidos por la propia Constitución y la ley, para hacer prevalecer la equidad, la imparcialidad y la transparencia en estas elecciones.

Estamos muy cercanos a dar uno de los pasos más importantes del país en las últimas décadas. Atendemos al espíritu, por encima de cualquier cosa, de la unidad, en un momento, además, crítico para la historia de la humanidad en que la salud y la economía está en riesgo. Cada quien tendrá sus preferencias ideológicas y su formación social, peor no debemos perder de vista que, por encima de esas preferencias, se encuentra el pueblo de México como el receptor de las malas o buenas decisiones que tomemos de ahora en adelante.