/ miércoles 19 de enero de 2022

El problema detrás de la procrastinación

Miguel es un estudiante de sexto semestre de la carrera de Derecho que siempre se ha caracterizado por su brillantez y responsabilidad, tal como lo demuestra su desempeño académico de los últimos años. El viernes es la entrega de su trabajo final para aprobar una materia, mismo día en que tiene un examen final para mantener su buen promedio en otra de las asignaturas que, dicho sea de paso, no es tan afín con el área de estudio a la que se quiere dedicar.

A sabiendas de que tiene solamente dos días para la presentación de sus actividades, toma los libros los cuadernos, los pone sobre la mesa y antes de comenzar observa el librero de su cuarto y se para a limpiarlo, ordenarlo por orden alfabético y hasta aprovecha para ir a la tienda a comprar un barniz para remodelar ese viejo librero. Al otro día, dispuesto a, ahora sí, avanzar en sus estudios, descubre que sería bueno cambiar el color de la fachada de su casa y se dispone a hacerlo.

Procrastinar en un sentido etimológico y material implica posponer una tarea importante que tiene un plazo específico. Esa actitud tiene que ver con situaciones más allá de una cuestión de desidia o flojera, ya que, justamente en el tiempo de confinamiento en el que el trabajo en casa fue parte de la forma en que se reorganizó la vida, ese tipo de actitudes se vieron con mayor frecuencia en la cotidianeidad de las personas.

Siendo un tema muy poco investigado, se estima que el 95 por ciento de las personas son proclives a procrastinar, sin embargo, un 20 por ciento de la población mundial es la que tiene este tipo de conductas de manera constante y que, de hecho, tiene que ver con trastornos psicológicos más profundos que la evasión de realizar una tarea compleja o que nos llevaría más tiempo.

La realización de tareas más satisfactorias en lugar de las necesarias puede tener un trasfondo más complejo de tratar en las personas, ya que muchos psicólogos han encontrado en estas conductas problemas de fondo como estrés, ansiedad, baja autoestima y sentimientos de culpabilidad, por lo que los efectos ya no sólo impactan en la productividad como trabajadores o profesionistas, sino en la salud mental de quienes sufren de estas circunstancias, llegando a impactar, incluso en hipertensión y otras enfermedades cardiovasculares.

Curiosamente, un estudio de Hal Hershfield de la Universidad de California en Los Ángeles, arroja que el desempeño de tareas ajenas a las “productivas” tiene una relación directa con la ansiedad debido a que se asume que los trabajos más complejos que posponemos, tienen una relación directa con lo que podemos llegar a ser en el futuro, es decir, una persona que se asume como ajena a nosotros mismos y que, por ende, el desempeño de las funciones que impacten en ese momento se consideran como problemas de otra persona por extraño que esto parezca.

Así, procrastinar bien puede ser la puerta de entrada a circunstancias clínicas más serias que sean más difíciles de tratar. En un entorno como el que vivimos en la pandemia por COVID, los hábitos y las circunstancias del encierro impactan directo en la personalidad de los seres humanos, por lo que incluso en estas conductas que pudieran resultar simples, habría que atajar con ayuda profesional para evitar que se convierta en un problema irreversible y de alcances mayores.

Miguel es un estudiante de sexto semestre de la carrera de Derecho que siempre se ha caracterizado por su brillantez y responsabilidad, tal como lo demuestra su desempeño académico de los últimos años. El viernes es la entrega de su trabajo final para aprobar una materia, mismo día en que tiene un examen final para mantener su buen promedio en otra de las asignaturas que, dicho sea de paso, no es tan afín con el área de estudio a la que se quiere dedicar.

A sabiendas de que tiene solamente dos días para la presentación de sus actividades, toma los libros los cuadernos, los pone sobre la mesa y antes de comenzar observa el librero de su cuarto y se para a limpiarlo, ordenarlo por orden alfabético y hasta aprovecha para ir a la tienda a comprar un barniz para remodelar ese viejo librero. Al otro día, dispuesto a, ahora sí, avanzar en sus estudios, descubre que sería bueno cambiar el color de la fachada de su casa y se dispone a hacerlo.

Procrastinar en un sentido etimológico y material implica posponer una tarea importante que tiene un plazo específico. Esa actitud tiene que ver con situaciones más allá de una cuestión de desidia o flojera, ya que, justamente en el tiempo de confinamiento en el que el trabajo en casa fue parte de la forma en que se reorganizó la vida, ese tipo de actitudes se vieron con mayor frecuencia en la cotidianeidad de las personas.

Siendo un tema muy poco investigado, se estima que el 95 por ciento de las personas son proclives a procrastinar, sin embargo, un 20 por ciento de la población mundial es la que tiene este tipo de conductas de manera constante y que, de hecho, tiene que ver con trastornos psicológicos más profundos que la evasión de realizar una tarea compleja o que nos llevaría más tiempo.

La realización de tareas más satisfactorias en lugar de las necesarias puede tener un trasfondo más complejo de tratar en las personas, ya que muchos psicólogos han encontrado en estas conductas problemas de fondo como estrés, ansiedad, baja autoestima y sentimientos de culpabilidad, por lo que los efectos ya no sólo impactan en la productividad como trabajadores o profesionistas, sino en la salud mental de quienes sufren de estas circunstancias, llegando a impactar, incluso en hipertensión y otras enfermedades cardiovasculares.

Curiosamente, un estudio de Hal Hershfield de la Universidad de California en Los Ángeles, arroja que el desempeño de tareas ajenas a las “productivas” tiene una relación directa con la ansiedad debido a que se asume que los trabajos más complejos que posponemos, tienen una relación directa con lo que podemos llegar a ser en el futuro, es decir, una persona que se asume como ajena a nosotros mismos y que, por ende, el desempeño de las funciones que impacten en ese momento se consideran como problemas de otra persona por extraño que esto parezca.

Así, procrastinar bien puede ser la puerta de entrada a circunstancias clínicas más serias que sean más difíciles de tratar. En un entorno como el que vivimos en la pandemia por COVID, los hábitos y las circunstancias del encierro impactan directo en la personalidad de los seres humanos, por lo que incluso en estas conductas que pudieran resultar simples, habría que atajar con ayuda profesional para evitar que se convierta en un problema irreversible y de alcances mayores.