/ miércoles 15 de junio de 2022

Autocrítica y respeto por el pueblo de México

En la creación de un México posrevolucionario, los héroes revolucionarios e intelectuales de la transformación, sabían perfectamente que los cambios sociales no eran sostenibles por la simple lucha armada o las convulsiones en la comunidad. Lo maltratado de un país que aún con el movimiento revolucionario mantenía altos niveles de desigualdad y, sobre todo, falta de claridad en el rumbo, requería de una línea institucional que sirviera como conductor de lo que se había obtenido en una de las revoluciones sociales más importantes a nivel mundial y, al mismo tiempo, propiciara la gobernabilidad para evitar pasar por un trago tan amargo como que el antecedió a la lucha. En esa visión es que surge el Partido Nacional Revolucionario que en pocos años se denominaría Partido de la Revolución Mexicana y, después, tomara el nombre que tiene hasta nuestros días: Partido Revolucionario Institucional.

Un partido que surge desde el cambio más desgastante en la historia del país y que en sus primeros años le costó colocarse como una oportunidad viable e institucional que no dejara de lado los ideales revolucionarios, no puede darse el lujo de ir por detrás de una sociedad altamente cambiante y que, en las últimas décadas, ha vivido una enormidad de circunstancias que la obligan a adaptarse.

El PRI, por su origen, es el partido del verdadero cambio institucional, el partido político que construyó las instituciones del país y que, desde luego, en ese avance natural cometió un sinfín de errores naturales en lo desgastante que es gobernar. Aún con esa historia que pudiera parecer una carga en las décadas venideras de su conformación, el partido supo adaptarse, reconstruirse y ofrecer alternativas adecuadas ante quienes exigieron una oportunidad para gobernar y también se equivocaron en varios aspectos.

Más allá de los reproches al PRI, la sociedad entiende que la historia de México no pudiera entenderse sin el sistema de salud, educativo, financiero y de bienestar social, que se construyó a lo largo de casi un siglo de existencia. Pero, de la misma manera, la sociedad mexicana ha cambiado a un posición más crítica, más informada y punzante que ha estancado a un instituto político que urge cambiar en beneficio, no de la batalla electoral, sino de las necesidades de su gente.

El PRI no puede ser rehén de unas cuantas personas ni cómplice de gobiernos que se olvidan del pueblo de México. Desde la oposición se ha demostrado ser una opción responsable, informada y propositiva, como para abanderar una causa de cerrazón y rechazo sin conocer las propuestas. Sabemos construir desde la posición en que nos encontremos y así lo hemos demostrado cada que nos ha correspondido ser oposición.

No queda duda que el PRI puede volver a ocupar el espacio dentro de la confianza ciudadana, pero para ello necesita de una transformación profunda que incluya las bases, que potencie la cercanía con la gente y que proponga en las más altas esferas a fin de demostrar que cualquier visión política tiene entrada en un México democrático.

Es momento de la reflexión, de la autocrítica y de permitir dentro del partido la escucha de todas las voces por muy disidentes que parezcan. Los resultados demuestran que no vamos por buen camino, pero nuestra determinación y compromiso con México demuestra que corregiremos el rumbo a tiempo. En aras de un país democrático, de representación social y defensa de los intereses del pueblo de México habremos de reconstruirnos y entregar la mejor versión de todas las que se haya visto en un partido que ayudó, de la mano con la sociedad, a construir un país mejor.


En la creación de un México posrevolucionario, los héroes revolucionarios e intelectuales de la transformación, sabían perfectamente que los cambios sociales no eran sostenibles por la simple lucha armada o las convulsiones en la comunidad. Lo maltratado de un país que aún con el movimiento revolucionario mantenía altos niveles de desigualdad y, sobre todo, falta de claridad en el rumbo, requería de una línea institucional que sirviera como conductor de lo que se había obtenido en una de las revoluciones sociales más importantes a nivel mundial y, al mismo tiempo, propiciara la gobernabilidad para evitar pasar por un trago tan amargo como que el antecedió a la lucha. En esa visión es que surge el Partido Nacional Revolucionario que en pocos años se denominaría Partido de la Revolución Mexicana y, después, tomara el nombre que tiene hasta nuestros días: Partido Revolucionario Institucional.

Un partido que surge desde el cambio más desgastante en la historia del país y que en sus primeros años le costó colocarse como una oportunidad viable e institucional que no dejara de lado los ideales revolucionarios, no puede darse el lujo de ir por detrás de una sociedad altamente cambiante y que, en las últimas décadas, ha vivido una enormidad de circunstancias que la obligan a adaptarse.

El PRI, por su origen, es el partido del verdadero cambio institucional, el partido político que construyó las instituciones del país y que, desde luego, en ese avance natural cometió un sinfín de errores naturales en lo desgastante que es gobernar. Aún con esa historia que pudiera parecer una carga en las décadas venideras de su conformación, el partido supo adaptarse, reconstruirse y ofrecer alternativas adecuadas ante quienes exigieron una oportunidad para gobernar y también se equivocaron en varios aspectos.

Más allá de los reproches al PRI, la sociedad entiende que la historia de México no pudiera entenderse sin el sistema de salud, educativo, financiero y de bienestar social, que se construyó a lo largo de casi un siglo de existencia. Pero, de la misma manera, la sociedad mexicana ha cambiado a un posición más crítica, más informada y punzante que ha estancado a un instituto político que urge cambiar en beneficio, no de la batalla electoral, sino de las necesidades de su gente.

El PRI no puede ser rehén de unas cuantas personas ni cómplice de gobiernos que se olvidan del pueblo de México. Desde la oposición se ha demostrado ser una opción responsable, informada y propositiva, como para abanderar una causa de cerrazón y rechazo sin conocer las propuestas. Sabemos construir desde la posición en que nos encontremos y así lo hemos demostrado cada que nos ha correspondido ser oposición.

No queda duda que el PRI puede volver a ocupar el espacio dentro de la confianza ciudadana, pero para ello necesita de una transformación profunda que incluya las bases, que potencie la cercanía con la gente y que proponga en las más altas esferas a fin de demostrar que cualquier visión política tiene entrada en un México democrático.

Es momento de la reflexión, de la autocrítica y de permitir dentro del partido la escucha de todas las voces por muy disidentes que parezcan. Los resultados demuestran que no vamos por buen camino, pero nuestra determinación y compromiso con México demuestra que corregiremos el rumbo a tiempo. En aras de un país democrático, de representación social y defensa de los intereses del pueblo de México habremos de reconstruirnos y entregar la mejor versión de todas las que se haya visto en un partido que ayudó, de la mano con la sociedad, a construir un país mejor.