/ miércoles 10 de marzo de 2021

#8M

El 8 de marzo ha sido instituido como Día Internacional de la Mujer. Desde mediados del siglo pasado la ONU institucionalizó este día que históricamente había tenido una carga de lucha impresionante. De hecho, resulta complejo entender que pasara tanto tiempo para que se declarara una efeméride en ese sentido cuando la lucha femenina data desde, por lo menos, finales del siglo XIX.

Resalta aún más el hecho de que las manifestaciones de mujeres que iniciaron con un grito de liberación, tuvieron como bandera primordial la igualdad en las condiciones de trabajo y la prohibición de trabajo para menores de edad. Como siempre, las peticiones femeninas abarcan más allá del sector, porque siempre hemos sabido luchas por justicia no sólo para nosotras sino para nuestros semejantes.

Han pasado muchas décadas desde la oficialización de este día y aún más desde las protestas por condiciones de equidad en todos los rubros, sin embargo, resulta paradójico que esas peticiones no se han cumplido y que, además, ahora vivimos una circunstancia de vulnerabilidad enorme frente a un Estado indiferente.

Hoy la brecha salarial sigue existiendo no sólo en México sino en el mundo entero, aunque en honor de la verdad es preciso decir que mientras en Europa se sitúa en el 16 por ciento, en nuestro país es del 34 por ciento. A trabajo igual, salario desigual, ello sin mencionar que mujeres mejor preparadas, con mejores resultados tangibles y un compromiso más alto, no alcanzan niveles directivos en América Latina más que en una cantidad marginal.

Pero el trabajo suele pasar a segundo plano cuando lo que está en riesgo no es nuestro salario sino nuestras vidas. Y no sólo las nuestras, sino la de nuestras hermanas, nuestras madres, nuestras hijas o nuestras compañeras, que un día simplemente las dejamos de ver ocupando su lugar habitual en nuestros hogares o nuestras oficinas, porque alguien decidió quitarles la vida por el hecho de ser mujer.

Pero lo que más duele es la impunidad y, aún más, la revictimización. Lejos de lograr una empatía gubernamental, se mantiene un escudo infranqueable entre libertarios y conservadores que lo único que hace es acallar voces que viven en una desesperada tristeza que han visto como única alternativa el romper absolutamente todo.

Las vallas de cualquier tipo se reblandecen frente al dolor de la pérdida de una mujer amada y el deseo de irrumpir en las calles no es más que el reflejo de búsquedas infructuosas y de peticiones que en su momento habían sido institucionales pero nunca escuchadas. Cuando se trata de mujeres no se puede alegar politiquería alguna, ya que los años de lucha y resultados demuestran que nosotras hemos sabido actuar de la forma más leal y correcta no sólo para nuestros adentros sino para la construcción de una sociedad mejor.

El único deseo en este 8 de marzo es que, con los gritos, las pintas, las propuestas, las acciones de conmemoración y lucha, se haya abierto una grieta en los muros de quien debiera escuchar esas voces para que, ahora sí, podamos hablar de igualdad sustantiva.

El 8 de marzo ha sido instituido como Día Internacional de la Mujer. Desde mediados del siglo pasado la ONU institucionalizó este día que históricamente había tenido una carga de lucha impresionante. De hecho, resulta complejo entender que pasara tanto tiempo para que se declarara una efeméride en ese sentido cuando la lucha femenina data desde, por lo menos, finales del siglo XIX.

Resalta aún más el hecho de que las manifestaciones de mujeres que iniciaron con un grito de liberación, tuvieron como bandera primordial la igualdad en las condiciones de trabajo y la prohibición de trabajo para menores de edad. Como siempre, las peticiones femeninas abarcan más allá del sector, porque siempre hemos sabido luchas por justicia no sólo para nosotras sino para nuestros semejantes.

Han pasado muchas décadas desde la oficialización de este día y aún más desde las protestas por condiciones de equidad en todos los rubros, sin embargo, resulta paradójico que esas peticiones no se han cumplido y que, además, ahora vivimos una circunstancia de vulnerabilidad enorme frente a un Estado indiferente.

Hoy la brecha salarial sigue existiendo no sólo en México sino en el mundo entero, aunque en honor de la verdad es preciso decir que mientras en Europa se sitúa en el 16 por ciento, en nuestro país es del 34 por ciento. A trabajo igual, salario desigual, ello sin mencionar que mujeres mejor preparadas, con mejores resultados tangibles y un compromiso más alto, no alcanzan niveles directivos en América Latina más que en una cantidad marginal.

Pero el trabajo suele pasar a segundo plano cuando lo que está en riesgo no es nuestro salario sino nuestras vidas. Y no sólo las nuestras, sino la de nuestras hermanas, nuestras madres, nuestras hijas o nuestras compañeras, que un día simplemente las dejamos de ver ocupando su lugar habitual en nuestros hogares o nuestras oficinas, porque alguien decidió quitarles la vida por el hecho de ser mujer.

Pero lo que más duele es la impunidad y, aún más, la revictimización. Lejos de lograr una empatía gubernamental, se mantiene un escudo infranqueable entre libertarios y conservadores que lo único que hace es acallar voces que viven en una desesperada tristeza que han visto como única alternativa el romper absolutamente todo.

Las vallas de cualquier tipo se reblandecen frente al dolor de la pérdida de una mujer amada y el deseo de irrumpir en las calles no es más que el reflejo de búsquedas infructuosas y de peticiones que en su momento habían sido institucionales pero nunca escuchadas. Cuando se trata de mujeres no se puede alegar politiquería alguna, ya que los años de lucha y resultados demuestran que nosotras hemos sabido actuar de la forma más leal y correcta no sólo para nuestros adentros sino para la construcción de una sociedad mejor.

El único deseo en este 8 de marzo es que, con los gritos, las pintas, las propuestas, las acciones de conmemoración y lucha, se haya abierto una grieta en los muros de quien debiera escuchar esas voces para que, ahora sí, podamos hablar de igualdad sustantiva.